jueves, 27 de octubre de 2011

CADA COSA A SU TIEMPO


Es ya día 27 y el fin de mes me acecha y me sorprende. Parece que fue ayer cuando me descubría en el mes de octubre y ya estoy a punto de dejarlo atrás. El tiempo vuela. Otra vez el tiempo. Siempre el tiempo, esa medida extraña y casi única que el ser humano trae a su existencia. La medida se complica mucho si pienso que no tiene velocidad fija pues cada época parece que corre con ánimo diferente y que, a media que la edad biológica va quemando etapas, la velocidad del tiempo se acelera. Por eso mi expresión irónica de que “no quiero que me paguen otra vez” pues ello implica que otro mes se me ha ido por el camino.
Sin embargo, tal vez sea bueno que, al menos, esa medida del tiempo se haga desde la propia biología de las personas. ¿En qué me puedo convertir si considero el tiempo desde los niveles geológico o astrofísico, por ejemplo? Ya me siento casi nada desde mis privilegios humanos y no quiero degradarme mucho más. De manera que, si existe otra realidad temporal, que se me deje al menos compartirla con mi concepción biológica y personal.
Porque hay indicios que me calman a la vez que me inquietan. Por ejemplo cuando considero las medidas de la noche y el día. El tiempo astrofísico me repite inevitablemente estas dos realidades, pero mi reloj biológico también hace algo parecido. Y así, cuando llega la noche, mi cuerpo parece prepararse para el descanso; cuando como, me apetece ponerme en horizontal durante un rato; y no siento estas mismas necesidades en el resto de las horas del día. Lo mismo me sucede con los grados de concentración y hasta con la temperatura. Leo y escribo con mi mente más dispuesta en las primeras horas de la mañana y la temperatura de mi cuerpo, cuando se resiente en alguna enfermedad, tiene su pico ascendente en las horas de la tarde. Y estos ejemplos que describo me parece que sirven para casi todo el mundo.
Si echo una ojeada a otro tipo de seres, no me sale un resultado demasiado diferente. Cualquier árbol, por ejemplo, sabe lo que tiene que hacer con su propia vida y fuerza el ciclo vital que mejor le conviene. Por eso busca la luz en lo alto, mantiene su tronco como elemento duradero, siente la llegada de la primavera y reacciona con sus hojas tiernas,  rinde sus hojas cuando la luz decrece en eso que llamamos el otoño… Inventa, en suma, su ritmo de tiempo e inventa su propio ciclo biológico. Lo mismo sucede con los animales.  El ejemplo de las migraciones es absolutamente esclarecedor y sospecho que un conocimiento más detallado de las mismas (preparación, días, paradas…) nos dejaría desconcertados a los que menos sabemos de ello. Algo similar ocurre con los minerales, aunque a primera vista nos parezcan inertes y sin capacidad para imponer su propio ciclo, o sea, su propia medida del tiempo.
Tal vez desde esa diversidad de tiempos podamos entender mejor algo del sentido de nuestra vida, aunque en conjunto no le hallemos otra finalidad más extensa que ella misma. Así que en esta tarde de intervalos de sol y de nubes, con la inminencia de noviembre, al calorcito de mi casa y de mí mismo, me invito a estar a gusto y a pensar que, si es así, es tal vez porque yo lo necesito y porque mis condiciones vitales me piden que mida el tiempo de esta forma y no de otra.
Y como también mi biología me requiere para dar un paseo y solucionar unas curiosidades, pues a ello me voy, con la alegría de haber llegado a otro fin de mes, aunque haya sido demasiado deprisa.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Para disfrutar del tiempo...no hay nada mejor que tenerlo, y dejarse llevar.