Se aproxima el día uno de noviembre. No es un día más en el proceso gris del calendario. No al menos en esta cultura en la que me muevo. En ese día se concentra buena parte de la memoria de los antepasados, de aquellos que explican nuestra presencia en esa inmensa cadena que es la vida. Tal vez, cuanto más alejado sea el eslabón, más se reduzca la evocación a ese día y a ese ratito de cedros y flores.
Cada ser, cualquier ser, los que han pasado, los que somos y los que vendrán, debería ser consciente de lo importante de la vida en sus propios límites, no antes ni después, sino en sus propios territorios. Termina por ser algo realmente obvio.
El ser humano nace con dolor y viene a la vida de unos territorios maternos favorables en temperatura y en ruido, con alimento asegurado y seguramente con cariño y complacencia por parte de su madre. En cuanto llega, suele saludar a los presentes con un lloro y tiene que adaptarse lentamente a todo lo que se la va presentando, hasta conseguir situarse en una celdilla adecuada de ese panal inmenso que es la humanidad.
Algo parecido le sucede cuando le toca despedirse. No suele ser fácil pues llega un tiempo en el que las huellas de ese tiempo se hacen demasiado evidentes: pesadez de músculos, dolores, fatigas, escasa visión, enfermedades que van sumiendo a cada uno en eco escaso de lo que era…, tal vez abandono, falta de cariño, visitas espaciadas de los seres queridos…, disminución de los apetitos, debilidades mentales, pocas ganas de vivir… Mal asunto este de acercarse al precipicio de la muerte.
Estoy viviendo un par de años de intenso voluntariado en el que convivo con gente que se sitúa en este último tramo de sus vidas. Creo que ahora puedo saber un poquito más de qué hablo. Todos, desde un punto de vista estrictamente biológico, sobramos mucho antes de que nos llegue esa edad y la evolución nos necesita para muy poco. Parece que, en realidad, no hacemos otra cosa que estorbar. En la niñez y en la vejez somos totalmente dependientes de los otros. Por supuesto que hemos de alzar nuestra voluntad y nuestra razón, nuestra compasión y nuestra capacidad humana para sobreponernos a esa evidencia del tiempo biológico. ¿Qué hago yo ahí, si no?
Pero a estos dos períodos extremos de la vida se le suma el tramo mayor de ese ratito que a cada uno de nosotros se nos ha permitido hacernos presentes en el proceso de la evolución. Y, mirado en conjunto, hay mucho de lo que gozar y presumir. Estamos nosotros mismos, con nuestra individualidad externa e interna; está el mundo entero para que nosotros lo amasemos con nuestros sentidos; están las noches y los días, los fríos y los días calurosos, las tardes de paseos y las lluvias, los atardeceres y los amaneceres, los ciclos hermosísimos de la naturaleza…; y estamos como seres individuales por fuera y por dentro, con nuestros ratos buenos y con los momentos de dolor, con la felicidad en fuga o en ratitos de paz y de sosiego, con nuestros instintos y con nuestros razonamientos ensayados…; y están todos los otros seres que nos configuran y que nos definen también, que nos complementan en el amor y en la convivencia, que pueblan los límites de nuestras vidas, que nos imponen y que nos regalan, que nos marcan caminos y que nos los ciegan…
No tengo ningún interés en evitar el recuerdo de todos los seres que me han precedido en el espacio y en el tiempo. Tampoco me apetece que el recuerdo se resuma en un día y en unas flores. Solo soy lo que ha sido mi pasado, y, en él, mis seres queridos lo son casi todo. Pero me gustaría también que en mi cultura todos nos diéramos cuenta de que no podemos someter casi toda nuestra existencia a los extralímites del nacimiento y de la muerte, a los territorios oscuros de más allá de nuestros propios días. Y hay estructuras que nos invitan solamente a eso.
La vida es también esta vida, acaso solo sea esta vida y, sobre todo, es la primera y principal vida. Hay vida antes de la muerte. Esto sí que es totalmente seguro. Preocuparse por mejorarla individual y socialmente no debería ser un objetivo pequeño. Y en eso podemos participar todos con nuestra inteligencia y con nuestro esfuerzo. Sin miedo, sin elementos exóticos, sin imposiciones, sin leyes inventadas y sobre todo interpretadas a voluntad de unos pocos. Yo no sé si hay vida más allá de la muerte, aunque algo sospecho, pero sí estoy seguro de que hay vida más acá de la muerte.
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