A veces me vuelve a la memoria todo el tiempo pasado en las aulas y la variedad de asuntos que en su entorno se dilucidaban. Pero no tanto como pensaba en el momento en el que mi trabajo diario se alejó de ellas. Seguramente porque enseguida planifiqué mi tiempo de manera que otras ocupaciones llenaron buena parte de ese espacio y de ese tiempo.
No puedo ocultar, sin embargo, que casi todas mis fuerzas se han ido en ese largo río llamado educación. No habrá ya ninguna otra pasión como aquella. Acaso el de la poesía. No sé.
Hay algún dato biológico que acaso comienza a enlazar de nuevo el descuido con el recuerdo más continuo. Creo que ese puente lo empieza a sostener mi nieta Sara, que, ya con sus dos añitos largos a cuestas, empieza a gozar y a sufrir las bondades y las desdichas de un mundo tan apasionante como ese. Y es que, desde su más tierna infancia, ha conocido el mundo de la guardería y del jardín de infancia. Mi pensamiento en ella y en lo que el mundo le va ofreciendo en esa situación me hace repescar principios y conceptos con los que lidiaba a diario.
Hoy es tarde gris y los alumnos andarán instalados en sus trabajos diarios y en la rutina a la que con tanta frecuencia los empujábamos. Algunos (UNED Béjar, por desidia absoluta de los que coordinan y deciden, aún los mantiene en casa, reduciéndoles el curso a la mínima expresión y parece que provocándoles a los peores resultados, como para justificar el cierre de esta sede en el próximo curso) apenas desempolvan sus ánimos y se deciden a ponerse en marcha.
Y vuelvo a los claustros, a mis claustros, a los alumnos jóvenes con los que convivía, y me asusto de pensar en la cantidad ingente de errores que con ellos pude cometer. Es materia tan sensible, que apenas admite equivocaciones. Aunque, en líneas generales, sigo pensando lo mismo que cuando ejercía a diario. Por ejemplo que exhibirse académicamente delante de ellos no conduce absolutamente a nada, salvo al rechazo y a la división en grupos desiguales y contrarios; que es infinitamente más importante para un profesor entender lo que les pasa por dentro a los alumnos que atascarlos con conocimientos; que aprender a gestionar las emociones tendría que estar en la base de todo esfuerzo y programa; que aprender a controlar emociones básicas y universales es insustituible; que enseñar a resolver conflictos lo es también; que es mucho menos importante y urgente chorrear conocimientos académicos que poner esos conocimientos al servicio de crear ciudadanos responsables y críticos; que jamás deben prevalecer los intereses del profesor sobre los de cada alumno tomado como individuo; que los estímulos positivos crean siempre un ambiente más productivo que los negativos y que eso de las notas es una necesidad pero ninguna otra cosa; que aprender habilidades como la concentración, la interacción social, la regulación de emociones y las sensaciones de compasión y de altruismo nos sitúa en un mundo más feliz y mucho más productivo; que…
Hoy me llevó la memoria a mi nieta Sara y al mundo que apenas comienza. Y a las aulas de otros días. Llevo un mes practicando de nuevo la lengua inglesa desde el asiento del alumno. La semana próxima me llevará físicamente a la suerte de pasar una tarde a la semana con otros alumnos más experimentados. Es simplemente la vida.
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