sábado, 29 de octubre de 2011

POR EL SENDERO DE LOS NAVAREJOS







Como después de la tempestad viene la calma y siempre que ha llovido ha escampado, hoy tocaba día de otoño bejarano, de los de luz y sol. El aire también se había despedido y la serenidad reinaba en el ambiente. Por ello me puse lo imprescindible en la mochila y go away, que es sábado y la pierna me lo permite ya.
Me esperaba Manolo para compartir camino, charla y pitanza, que de todo eso hay en la salida, y de buena calidad. Las calles estaban todavía soñolientas y escasas de gente. El sol tampoco había madrugado y esperaba vernos un poco más tarde. De modo que pusimos rumbo a la Fuente del Lobo, por el acerón que sube hacia el Castañar. Alguna gasa de nubes en el horizonte, pero ni rastro de frío o de aire. A lo lejos, la Peña de Francia y el Pico Cervero seguían ejerciendo de centinelas de todo este sur serrano de la provincia de Salamanca.
Pero hoy tocaba un camino nuevo para mí. Parece mentira que, a estas alturas, todavía existan caminos por estos lares que no haya hollado. Es el sendero de los Navarejos, que, en su continuación, conduce a la finca alta de La Francesa y a Cantagallo. Por él pusimos rumbo y velocidad de caminantes que no tienen prisa pero que, entre conversaciones, vistas y sensaciones, van haciendo su senda.
Algunas cuestas suaves nos recuerdan que estamos en la sierra, aunque solo en su falda. Las fuerzas están intactas y acaso las soltamos con demasiado entusiasmo: lo mejor es iniciar cualquier caminata lentamente hasta que los músculos adquieran tono y ganas. Me lo recuerda Manolo, siempre más ducho en todo lo que al senderismo y a la sierra se refiere. Mi pierna no se enfada conmigo y estoy ya por hacer un pacto de olvido con ella. Seis meses casi sin poder caminar a gusto y por fin parece que me van dando de lado los recelos. Qué contento estoy.
Enseguida el paisaje se convierte en un dosel de castaños, escobas y, más tarde, robles. Me comenta alguien que estas laderas conservan el castañar más extenso de Europa, desde la Hoya hasta casi las estribaciones de Plasencia. Las primeras lluvias del otoño han lavado las hojas y ahora, con los rayos del sol ya en lo alto, brillan como no lo hacían desde los meses de primavera. El suelo también despide olor a humedad aunque no mantiene tanta como sería deseable. Los regatos aún tienen que esperar la llegada de más lluvias para que sus cauces sean tales.
En la cota más alta, una casona, que no parece habitada en estos momentos, pero que recuerda la frescura que tiene que mantener en los meses de estío, nos recibe con el ruido de alguien que trabaja en lo que queda de una huerta. El resto del camino de ida, hasta casi su final, mantiene el nivel  y se hace muy llevadero para cualquier caminante.
A lo largo de varios kilómetros el dosel continúa recogiéndonos y amparándonos en su sombra y en sus claroscuros. Soñar este camino en el verano es casi como pensar en la existencia del paraíso. Lo es ahora y estamos en otoño…
A la altura del Regato de los Horquitos, descendemos hasta enlazar con el camino que, hasta el mismo lugar, llega desde la Centena y el Árbol Centenario. Es el regato que recoge más agua en estas hendiduras y, a pesar de todo, no lleva mucho caudal. Un impulso más y llegamos a la Finca de la Francesa.
Somos clientes especiales y frecuentes de este mirador incomparable, mirador que nos deja ver la hermosísima ladera de la umbría por la que hemos venido caminando, el horizonte del norte y la silueta estirada de Béjar en el este. Allí se desatan siempre las ganas de comer (mejor no describir, y menos glosar, ciertos menús para no dar envidia) y la charla cocienzuda. Casi siempre ocupa su tiempo la sensación de la suerte que tenemos por poder vivir y gozar estos paisajes.
Como el sol nos acompaña y el viento anda escondido, hoy la parada se alarga más de lo normal. A mí no me dan ganas de iniciar el regreso. El cromatismo, los olores, las vistas, las viandas abundantes, la soledad sonora, los claroscuros, la sensación de calma y de sosiego, los tragos bien cumplidos mirando al cielo, la charla sin presura… ¿Para qué más? ¿Es que acaso puede haber más o mejor?
La vuelta fue tranquila y como con pena de dejar atrás los parajes. Volvimos por la senda de otras veces, en una cota algo más baja. El Prado de la Señora, con su fuente; la fuente del León, hoy algo más ajada; el Árbol Centenario; La Centena, y la vista final de Santana, que me aguardaba para dejarme encajar en medio de un árbol, resumen él de todo el otoño.
Las cotas y los anchos de las sendas están en los mapas y en las anotaciones que ya se han encargado de dar a la luz Jesús Tiedra y Manolo Casadiego. Pero las sensaciones no tienen cota, hay que ir a buscarlas al propio terreno, hay que vivirlas en su propio ambiente. Yo juro que hoy las he vivido con mucha intensidad.
Manolo sacó fotos y aquí dejo algunas. Aunque es un gran fotógrafo, la realidad y las sensaciones son otra cosa algo más fuerte.

1 comentario:

María dijo...

que paseo tan increible, los Navarejos y toda la sierra de Béjar, es una zona maravillosa.