¡Cuántos días sin aparecer por estas páginas de mi diario menor! Puede que sea el período más largo desde que abrí esta ventana. He pasado unos días en el sur y los he llenado con la amistad, que agradezco tanto, con los paseos a la orilla del mar Mediterráneo, con el cambio de aires y con otro libro de imágenes. Y con ausencias, con la certeza de que algunas ausencias me siguen llamando serenamente desde siempre. He merodeado unos ratos con el eterno Quevedo y -¡quién lo diría!- he vuelto a deshojar a Lázaro de Tormes. Apenas he atendido a la creación aunque, en la inmensidad de las arenas y en la densidad de la ausencia, adiviné estos versos que dejo aquí.
CÓMO NO ECHAR DE MENOS HOY TU CUERPO
¡Cómo no echar de menos hoy tu cuerpo,
ofrecido otros días no lejanos
al empeño continuo de las olas
y a este apacible mar Mediterráneo!
Se devanan las ondas, en torpe y loco empeño,
por llegar hasta el hueco que otras veces
llenabas densamente.
Cuando las veo rendirse
en el suave ascenso de rizos y de espumas,
fecundando sin pausa las arenas,
hacia el lugar de ausencia
del recuerdo fatal de tu cintura,
comprendo su salmodia y su tristeza
y adivino sus lágrimas de hielo.
Veo conchas bivalvas
con su carga completa de vacío,
agotadas de luz, a la intemperie,
soñando en soledad con otros mares;
hay restos de naufragios
que no añoran sus jarcias ni sus velas;
yo también soy el eco
de otras tardes contigo en estas playas.
Tienes que renovarte en tu presencia,
dar causa a su infinito retorno cada hora,
ofrecer plenitud a estas arenas
gastadas por el uso y por el tiempo,
certificar que yo tengo sentido,
solitario y perplejo, en mi diálogo,
a solas con sus lloros,
evocando los límites exactos
del placer de tu cuerpo.
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