Con demasiada frecuencia tendemos a igualar elementos que, sin duda, son desiguales. Lo hacemos con elementos individuales y con otros que son colectivos. Uno de los referentes más repetidos en este totum revolutum de la igualdad es el de la opinión acerca de los partidos políticos. “Todos son iguales”. “No se diferencian en nada”. Son expresiones que hemos utilizado y que hemos oído con frecuencia.
Seguramente lo hacemos por ahorrar discurso y para dar por entendido que nos referimos al grueso de las acciones, no a todas. Y, en ese sentido, seguramente tenemos algo de razón.
Los partidos se configuran de una manera parecida, eligen a sus cargos de una forma manifiestamente mejorable, los más grandes se mueven, ay, en ese asunto de gestionar a su manera el capitalismo… En fin, no piensa uno que el mundo se vaya a terminar con al cambio en el poder ni nada parecido.
Sin embargo, es la suma de las cosas cotidianas, la forma de afrontarlas, el talante, los principios que subyacen, las sensaciones que transmiten… lo que configura una actitud y unas maneras bien distintas y lo que termina decidiendo las inclinaciones de cada ciudadano; incluso hasta terminar asustándose por la posibilidad de la llegada al poder según qué formación política.
Durante estos días se está escenificando un caso que muestra bien a las claras esta diferencia. Se trata de esa llamada Conferencia acerca del final de ETA (o algo así), en San Sebastián.
El PSOE ha estado representado en la misma y el PP no ha hecho más que bufar ante lo que allí ha sucedido. Lo mismo ha ocurrido con los medios de comunicación, según su signo y su manera de entender la realidad.
¿Significa esto que alguno de los dos grandes partidos está a favor de la organización criminal? Por supuesto que no, aunque algunos vociferan en tal sentido.
Creo que se ponen de manifiesto dos maneras de encarar una realidad. La izquierda tiene como meta intentar la incorporación a la vida social y política -a la convivencia, en último término- de un grupo de personas que se muestran rebeldes a esa convivencia, sobre todo por sus métodos, y que vienen sangrando desde hace muchos decenios nuestro día a día. Para ello, en lugar de enseñar solo el palo, también acerca de vez en cuando la zanahoria, está dispuesto a explorar ciertos perdones, a volver la cara para otro lado con tal de que la historia, y la Historia, presenten otras perspectivas más positivas. En sus planteamientos parece que se incluye alguna capacidad de olvido y de buena voluntad con tal de lograr una situación satisfactoria más duradera.
La actitud de la derecha consiste simplemente en la derrota de unos y en la victoria de otros. Y en una victoria que se tiene que visualizar con que unos muerdan el polvo y los otros canten la victoria por todo lo alto. No se ven posiciones intermedias ni otras imágenes que admitan elementos que no sean los del aplastamiento.
Cada uno puede pensar lo que le parezca y defender lo que estime más conveniente. La Historia nos enseña muchas cosas en estos asuntos y de ella tendríamos que aprender.
Yo no conozco a ningún partido que esté pensando ni en amnistías generales, ni en excarcelamientos para presos con delitos de sangre, ni en concesiones territoriales, ni en nada que se le parezca. Cualquier minucia con lo que a cada paso se ve en otros lugares del planeta.
A estas alturas de la partida, me parece que nos hemos enrocado demasiado pronto en asuntos emocionales de víctimas -que merecen, por supuesto, todo el respeto y consideración, pero no que el país se subordine a sus emociones personales, aunque esto les resulte muy duro-, en morbos baratos que tanto dinero proporcionan a muchos medios de comunicación y a un uso electoral de un asunto que llena de votos para la derecha las urnas que se colocan del País Vasco hacia el sur, es decir, en casi toda España.
En alguna ocasión he escrito palabras gruesas para esas personas violentas que tanto han distorsionado la vida española en los últimos cincuenta años. No soy sospechoso de complacencia. No creo que la izquierda, que ahora se muestra un poco más comprensible con ese grupo, olvide nunca sus fechorías; yo creo que no lo haré. No sé si podrán decir lo mismo esa derecha y esos medios que tanto se ven favorecidos por posturas dogmáticas en el momento en el que, si hay suerte, este conflicto se vea solucionado.
Pero mi opinión acaso hoy no importe mucho. Exponía sencillamente dos formas bien distintas de encarar una realidad entre la derecha y la izquierda. Y así todo, este asunto tan grave o la manera de organizar unas fiestas. Cada uno sabrá lo que tiene que hacer.
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