¿Por qué mi mano aspira a tocar siempre más de lo que puede? ¿Quién encendió la tea de mi curiosidad? Me duele muy adentro si me paro y no miro, si no le doy al eco de mi mente algún sorbo del mosto de la vida. Y muchas veces pienso si no será más cierto que un árbol es un árbol y que el bosque se aleja de mí mismo. Me asalta con frecuencia la sentencia del clásico: ”Nihil mihi alienum puto” que no me deja en calma y me obliga a mirar con atención ese extraño vaivén en que se agitan los sucesos del mundo.
Y solo tengo piernas y dos brazos que abarcan lo que abarcan mientras al mismo tiempo se suceden legiones de variables en todas latitudes. Hay pies q ue no se mueven, gatos que se hacen pis en los tejados, hombretones tan pobres que obedecen tan solo a la enérgica voz del dios dinero, lluvias que adornan charcos y hojas revolanderas sembrando de colores las esquinas, coches en loco empeño buscando el más allá sin causa justa, nubes que se detienen a charlar por un rato en la montaña o a quedarse más tiempo mirando sorprendidas los ríos y los valles, ancianos esperando, sin esperar ya nada, el paso de las horas y niños que vomitan con vientres amarillos, reclamos luminosos en los escaparates y epidemia de gentes poblando las aceras.
Puedo mirarme entonces y afirmar la certeza de que tengo dos piernas, asegurar que mi mano es mi mano, que pesa y que se mueve al ritmo de mi cuerpo, que hoy está limpia y busca transcribir estas palabras, que a veces ama y quiere abrazar un poquito y sentirse rozada, que las venas recorren con su sangre el peso y el cansancio de sus huesos, que guarda la memoria de abrazos compartidos, que señala el espacio y el tiempo en que me muevo.
El mundo de allá afuera y el que habita en el pequeño cuenco de mi mano son quintos, son dos hojas que habitan el otoño de una rama. Nacen, crecen, se marchan y dejan un aroma de colonia gastada. Cada cual su perfume, cada cual su mirada.
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