sábado, 19 de noviembre de 2011

A LO QUE DIGA EL BOMBO



Era el once del once de dos mil once, supongo que a las once. El mundo se iba a hacer de otra manera, la felicidad estaba impaciente por encarnarse en no sé qué personas elegidas por el dedo de la suerte. Todo se había preparado con cohetería y fanfarrias. Era el mayor milagro de la Historia, el no va más de todos los placeres. La humanidad entera volvería sus ojos a este hito, ya perenne por los siglos de los siglos.
Ha pasado más de una semana y no conozco los festejos que se tienen que haber celebrado en honor de tan magno acontecimiento, flor y fruto de todas las justicias, exponente enésimo de todas las virtudes, señal inequívoca de todos los esfuerzos, sacrificios y sinsabores. Será que los medios de comunicación, que se deshacían en expectativas y en clímax casi orgásmicos con el milagro inminente, todavía siguen sin digerir todo lo que el hecho trajo consigo.
Es el caso que, a día de hoy, nadie ha vuelto a decir nada. Ni lo volverá a hacer, por supuesto. ¿Por qué este desajuste, este desnivel de preocupación en el antes y en el después, estos aspavientos previos y este silencio posterior? ¿Y si me hubiera tocado a mí la lotería? ¿Tengo derecho a fomentar el morbo y a desatar la intriga? Lo voy a dejar ahí. Por si acaso. Ojo, que son muchos millones y puedo convertirme en un famosete perdonavidas al que tendrían que perseguir no sé cuántos imbéciles del reino.
Creo que es este un buen ejemplo para que cualquiera le echara un ratito de reflexión. Con otro ratito de lo mismo para las elecciones de mañana, tendríamos el día resuelto. Acaso tengan ambos acontecimientos mucho más en común de lo que pueda parecer a simple vista.
Todo se toma en parámetros de espectáculo, medido y controlado por los de siempre: por los medios de comunicación. Ellos generalizarán o personalizarán según las conveniencias propias y los intereses de sus empresas. Cuando pasen unos escasos días y se superpongan nuevas imágenes que puedan impactar más en los espectadores o lectores, todo lo anterior irá al olvido y lo único excelente será lo que interese en el momento. Se estudió y se dijo, todo el mundo alfabetizado lo sabe, cualquiera que le eche un par de minutos mentales al asunto lo deducirá: “el medio es el mensaje”. Pero no nos da la gana reconocerlo y lo olvidamos casi cada minuto porque, si lo tuviéramos en la mente, se nos caerían los palos del sombrajo y la estructura del mundo social se haría casi añicos. Y hay gente que está bien instalada en el sistema y perdería mucho en su nueva estructuración. Otro tanto por ciento muy elevado se siente perezoso como para pensar en otras maneras y en otros escenarios, y se deja llevar al son que le vaya marcando la orquesta sonora y escrita.
Hasta aquí no he afirmado que el asunto de la lotería y el de la estructura social sea malo o bueno; solo he declarado que se mueve y se presenta según conveniencias de aquellos que tienen en sus manos el poder. Y he proclamado que esos son los medios de comunicación.
Añadiré ahora también que un sistema que se juega media vida a la superstición de la lotería y similares es al menos una comunidad enferma, atrasada, alejada de la razón, empobrecida y anclada en la imbecilidad del santo advenimiento. Y no diré ni una sola palabra menos de la misma sociedad cuando se deja apabullar por los medios de comunicación morbosos, al servicio de la propiedad, dirigidos por criterios personalistas y casi siempre económicos, se aplique esto a la lotería o a la res pública.
Cuando una comunidad dedica prácticamente todos sus esfuerzos al dinero y no concibe al ser humano más que desde el dinero, es que se halla en una pobreza física y mental de tal calibre, que necesitará un paso largo por la UVI del sentido común y de la inteligencia. ¿Acaso no estamos en esa tesitura?

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