viernes, 10 de febrero de 2012

EL DEDO Y LA LUNA


¿No me lo habré dicho alguna vez más? Lo repetiré por si acaso. Se encadenan los acontecimientos y las respuestas y replicas similares. Una golondrina no hace verano, pero una bandada de estorninos sí que nubla el cielo. Quiero decir que, cuando un hecho se repite, conviene empezar a tenerlo en cuenta.
Pues se repite, y con cierta frecuencia. Se trata, en este caso, de los resultados médicos en análisis a deportistas y las respuestas que desde diversos lugares se dan a las mismas.
El ciclismo está lleno de ejemplos, pero nos puede servir cualquier deporte o actividad de la que dependan los aplausos, la fama, el dinero y la forma de vida. Uno termina teniendo la sensación de que, en el deporte de elite, todo el mundo anda con algo de más por ahí pues tienen que moverse al límite si quieren seguir en la cresta de la ola. Después, unos caen en las redes y otros nadan sueltos por el mar a toda vela.
Pienso en la presión que tienen que sufrir casi todos los deportistas profesionales y no sabría qué densidad sería la que yo mismo sería capaz de soportar.
¿Por qué, un vez más, volvemos a simplificar las cosas de tal manera que nos engañamos todos, o queremos engañar a todos los demás? ¿Por qué cargar, de nuevo, contra personas concretas a las que ponemos en un pedestal lo mismo que tiramos al cubo de la basura? Esto está muy bien para la cuenta de resultados de los medios de comunicación, que engordan con el morbo de la individualización y de los ídolos personalizados, pero no debería serlo tanto para cualquier reflexión un poco más sedimentada. Que impongan el castigo que marquen las normas, pero que miren un poco más lejos, por favor.
Me parece que estamos en esquema parecido al de los escándalos financieros, políticos o de famoseo. ¿No es mucho más escandaloso comprobar que toda una sociedad no solo permite sino que aplaude y adora a todos estos ídolos de barro? ¿Cómo tienen después el cuajo de sepultarlos en el lodo? Mientras no mejoremos  la escala de valores y situemos al ser humano como tal en el mismo nivel que los demás, no haremos otra cosa que engordar al monstruo. Después nos dejamos llevar por los fogonazos de los medios y escupimos al que solo el día anterior estaba en la hornacina del altar.
Luego ya vienen las naderías de los guiñoles o las bromas de cualquier programa de humor, que tienen sus límites, por supuesto, pero que no se pueden poner seriamente en el mismo nivel. Esto ya no significa casi nada. Salvo para los mismos fanáticos del principio, que tienen difícil arreglo fuera de la educación y del sentido común.
Hace algunos años tuve la oportunidad de pedir, en público y por escrito, a un famoso ciclista que aprovechara para “tirar de la manta” porque sería beneficioso para él y para todos sus colega deportistas. No hubo suerte. Claro que tirar de la manta solo para acusar a personas concretas tiene, como he apuntado antes, escaso alcance y solo sirve para dar de comer al espectador del circo.

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