jueves, 9 de febrero de 2012

OTRO SORBITO DE !"ADENTRO"!


Con frecuencia se afirma -yo lo suscribo sin casi dudas- que la verdadera enfermedad del ser humano es la soledad, muy por encima de otras de tipo físico que tanto nos asustan. De hecho, cada día se acentúa más el valor que se le da al éxito social, al que se supedita prácticamente todo. Los medios de comunicación han venido a dar el espaldarazo definitivo a esta realidad, hasta límites que a mí me cuesta mucho compartir. Pero miro y veo que los importantes son los famosetes de cualquier pelaje que aparecen en los medios: deportistas, cantantes, millonarios, escandalosos y raleas semejantes.
Algunas veces hago el ejercicio de imaginar juntos a un famoso, a un investigador de principios básicos (filósofo, biólogo, lingüista, jurista…) y a un monje. No sé realmente cuánto tiempo podrían compartir y vivir juntos. ¿Qué coños podía hacer allí un futbolista al uso, por ejemplo? Luego imagino su traslado a los medios de comunicación social y a la escala de valores de la masa social y me sucede lo contrario: ¿qué coños hacen allí el biólogo y el monje?, ¿a qué vienen estos pobres “bobos” a asomarse a la ventana?, ¿no se dan cuenta de que nadie -ni del sexo masculino ni del femenino- se les va a abrir de piernas? Qué ilusos. Estos no cuentan para nada; si acaso para exhibirlos como especies raras y en extinción; no valen ni para el circo, porque los leones no los reconocerían y no les harían caso.
El famosete vive de la opinión y hace lo que sea necesario con tal de seguir en la cresta de la ola de la imbecilidad y del almacenamiento de ceros en sus cuentas; el magma general lo mantiene en su temperatura ambiente y lo eleva a los altares más elevados, él solo tiene que dejarse llevar y entregarse a la causa de los espectadores del pan y del circo.
Los otros dos citados buscan el aislamiento, la individualidad, el silencio, el tiempo para la reflexión, la verdad, el bien y la belleza por encima de toda moda pasajera. Ese apartamiento no debe de ser un camino sencillo pero tiene que producir réditos exquisitos y sabrosísimos. Tiene que ser en esa senda en la que el ser individualizado se encuentre más satisfecho, más realizado, más protagonista de su propio camino y de su propia vida. Tal vez por no plantear beneficios a primera vista sea por lo que no demasiadas personas siguen la apartada senda.
Siento también que acceder a esa individualidad acarrea otra serie de sensaciones más reales y más desnudas. Por ejemplo la certeza de que, desde la individualidad, se tiene que aceptar como inevitable y cercana la finitud y la muerte. El roce continuo con su propia verdad y con sus limitaciones personales lo tiene que colocar de frente, face to face, con las coordenadas de sus miserias y de sus grandezas.
No tengo derecho a pedir a nadie que ejerza de héroe ni tampoco que interprete la vida desde la separación absoluta de su persona (tantas veces he defendido que el ser humano no es el yo y sus circunstancias sino solo sus circunstancias), pero sospecho que este ser humano que mira hacia adentro, que analiza, que no se deja llevar por las olas de la moda, que no se limita a ser un número entre los acólitos, que sigue queriendo ser protagonista de su propio camino, que prefiere cargar con su cruz antes que ver cómo se la llevan otros, que sigue en la curiosidad sin miedo a los resultados de su búsqueda, que…, es el ser que merece la pena.
Con su finitud y con su muerte, con sus debilidades y con sus aspiraciones, con su carga absoluta de ser humano en el camino de la temporalidad y de la muerte.
Y para mi consuelo, es evidente que existen muchos grados intermedios de entrañamiento y de reflexión. Menos mal.  

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