martes, 21 de febrero de 2012

PERO NOS FALTA EL AGUA

Siempre me sienta bien la sensación de que el invierno vence y, por algún sitio, se anuncia la primavera. Llevamos por estos pagos más de un mes de frío intensísimo y, algo mucho más grave, más de tres meses sin noticia de las nubes que nos puedan llorar gotas de lluvia cargadas de alegría. En el lomo de la loba-sierra, la nieve escasea y más que blanquear resulta transparente porque es hielo y no más. No hay apenas regato que corra y la tierra cruje de sequedad y frío. El pantano se encoge en sus honduras y no crece en altura, ni siquiera en estos meses de frío. Y todo está desnudo y solitario, aterido y pendiente del cambio necesario.
Tiene que llover, tiene que llover, a cantaros. Aquí tiene que ser agua natural, de la que empapa los campos y anega los cauces, de la que sacia la sed y limpia todo el cuerpo, de la que deja al caminante satisfecho y con la ropa pesada y para retorcerla. También tiene que llover de otras maneras; claro que tiene que llover, pero hoy es solo lluvia en forma líquida y sin ningún disfraz en forma de metáfora lo que pido y deseo.
No es mejor lo que anuncian los augures del tiempo. Tendrán que terminar equivocándose de pleno. Porque algún día tendrá que estallar la primavera y la naturaleza se cargará de vida y de esperanzas, anunciando las flores y los frutos lejanos. Ya los días se quedan, se demoran contemplando las tardes, cada vez más extensas y más fuertes. La luz ya va ganado la batalla, pero nos falta el agua; el cielo es luz de azules, pero nos falta el agua; las gentes ya se suman al paisaje en sus paseos, pero nos falta el agua; habrá otras primaveras desbordadas, pero nos falta el agua.
Yo voy a refrescar mi sed de primavera, porque me falta el agua.

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