martes, 7 de febrero de 2012

ENFOCAR EL TIRO


Soportamos, desde hace ya demasiado tiempo, tal vez desde hace unos cuatro o cinco años -nótese que coincide con las fechas de la segunda mayoría del PSOE y la dificultad de asumir los resultados por parte de la mayoría de los medios “ultracentristas” que crecen como las setas en otoño- una campaña ininterrumpida que tiende a crear una atmósfera contaminada e insufrible, llena de polución y densa de malos augurios y de perspectivas siempre tenebrosas. Nadie ha cuantificado, que yo sepa, esta forma tan patriótica de animar a la comunidad en términos de eso que ellos llaman el PIB. Sospecho que esta variable no la contemplan nunca los economistas al uso, pero no me cabe duda de que nos llevaría a una cifra elevadísima de gastos y de pérdidas.
Menos mal que, desde hace apenas dos meses, los que lleva la derecha ultracentrista en el gobierno, el aire ha cambiado y ahora todo apunta para estos altavoces a la bonanza y a la  llegada de buen tiempo. Menos mal.
Y puede que tengan parte de razón en sus ánimos agoreros porque muchos también tenemos la sensación de que algo ha quebrado y de que la vida hay que replanteársela de forma diferente. Pero yo no alcanzo a ver en qué se basa esa nube de desilusión y hasta de fatalismo en la que parecían sentirse alegres tantos.
Sigo pensando que, a fecha de hoy, se siguen produciendo tantos o más tomates que hace tan solo cinco años, que la producción de cereales ha aumentado, y lo mismo pienso de la producción de carne y de alimentos en general. Me parece que el ser humano necesita para la supervivencia algo de comida y un desarrollo social y educativo que no está falto precisamente de la existencia de tomates o de pan. En consecuencia, me permito pensar que el cambio se ha producido no en la producción sino en el reparto.
Bien se ve que se trata de un esquema muy sencillo y hasta reductor, pero me gustaría que alguien me dijera en qué estoy equivocado.
Si no estuviera del todo equivocado, invitaría a pensar y a elaborar fórmulas de mejor reparto y de eliminación de fuerzas que se quedan por el camino entre la producción y el consumo. No se me alcanza por qué tenemos ahora que privarnos de una buena entomatada en verano junto a un río o a la sombra de un castaño, siendo así que la despensa de tomates es la misma o mayor.
Pero es que, además, si echo la mirada atrás, descubro que cualquier tiempo pasado no fue mejor sino claramente peor. Me basta imaginarme a mí mismo hace tan solo treinta años. Recreo cualquier campo y me quedo perplejo: sanidad, comunicaciones, participación, costumbres, elementos científicos y técnicos, esperanza de vida, usos médicos, viajes, tiempo libre…. Todo, absolutamente todo, ha ido a mejor en favor del ser humano. Todo salvo tal vez el uso que hacemos de esos elementos favorables.
Me avergüenza pertenecer a una sociedad que posee más elementos que nunca y que no da con ninguna forma decente de repartirlos y de ponerlos al servicio de todos.
La verdadera pobreza no está quizás en la falta de trabajo ni en la dificultad de llegar a fin de mes, sino en no atreverse a reorganizar las fuerzas y la producción para un mejor reparto. Sobran recursos para una vida digna. Faltan, y muchos, para una vida que realmente merezca la pena. Espera la revolución de esa escala de valores, no la reorganización de los mercados para que todo siga igual. Aguarda la revolución de los ideales y no de los egoísmos. Acucia la revolución de los vencidos y no de los vencedores. No sé quién estará dispuesto a empuñar las armas.

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