Hoy vengo a confesarte simplemente
lo que se hace más cierto a cada instante:
sigo necesitando la palabra
para poder tenerte con mis versos,
para surcar con ecos posesivos
tus valles y montañas, tus mesetas,
y tener la ilusión de que navego
por los mares salados de tu boca.
Oigo también la voz de esta exigencia
de decir y decir, por si en el curso
de tanto afán por dar caza a tu cuerpo,
apresara residuos despistados
de todo lo que el tiempo va expulsando
en su inútil fluir sin rumbo definido.
Son tan solo palabras
los ecos de las cosas que se atreven
a dejarse cifrar, muy pobremente,
en la imaginación de quien las usa.
En ese mundo pobre y lacerado,
sin asiento seguro en que tomar descanso,
me demoro sin tiempo a hablar con ellas,
a dejarme arrullar por sus caricias,
y entonces, a su amparo,
puede mi piel sentirse satisfecha
arpegiada de rayos de la tarde,
a tu lado y soñando con la esencia
de lo que de tu ser me dicen las palabras.
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