lunes, 6 de febrero de 2012

UNA DOCENA DE PREGUNTAS AL AZAR



¿Por qué seguir empeñado en mirar ese mundo que se nos viene encima desde las ventanas de los medios de comunicación cuando no compartimos con él casi nada y solo hace que ponernos de mal humor?
¿Por qué no reconocer que el gigante es tan enorme y formidable  (formidus) que da miedo mirarlo cara a cara?
¿Por qué no esconderse en una cueva y abandonarse a la suerte de un nuevo Robinson solitario?
¿Por qué no abrir los brazos y pronunciar un me rindo sin condiciones?
¿Por qué los entusiasmos si en la vida casi siempre una ilusión recibe un portazo en los morros?
¿Por qué no dejarse alguna vez de porsiacasos y sencillamente lanzarse a tumba abierta hasta estrellarse o dignificarse de una vez por todas?
¿Por qué actuar tantas veces desde la inquietud, por no molestar a las conciencias más pacatas, cuando ellas no paran mientes en despreciar las otras opciones desde el insulto mental?
¿Por qué yo no puedo manifestar en público lo que pienso por no herir susceptibilidades y por miedo a ser rechazado del todo por la masa de la tribu?
¿Por qué, casi sin excepción, cuanto más beato es uno, más imbécil resulta ser y menos racional?
¿Por qué coño tengo yo que gastar minutos en anotar preguntas tan indiscretas como esta que, por otra parte, solo me las formulo a mí mismo, nadie las lee y tal vez nadie las comparta?
¿Por qué cunado trabajo en la caridad es cuando mejor me doy cuenta de que la caridad no es otra cosa que la falta de justicia?
¿Por qué hay tantas preguntas que no tienen respuesta nada más que en la teoría?
Es una docena de preguntas que debería cocer como cuezo los huevos para cenar: a fuego lento.

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