Andamos ya metidos de lleno en las manifestaciones que por estas fechas llenan las calles de muchas ciudades de España, en la Semana Santa. Me sigo preguntando, sin encontrar respuesta razonable, por el carácter de las principales manifestaciones de esa semana, o sea, por las procesiones; y, en general, por el carácter de susto y hasta de miedo que anida en el fondo de los textos de esta religión, y en todas las del Libro.
Las procesiones echan a la calle el dolor y la pena, el temor y el susto. ¿Por qué? ¿Cómo es posible un Dios de miedo y de temor? ¿Cómo se puede desprender de su infinito poder, de su inabarcable bondad, de sus planes para el ser humano y para las creaturas en general, otra cosa que no sean la alegría, el amor y la felicidad? ¿De dónde se puede deducir que el Dios nos tiene que tener acobardados y temerosos hasta el momento de la salvación? Esto no tiene sentido de ninguna manera. Si acaso como adormidera y como acongojo. No puede ser, no puede ser. Esto, por desgracia, explicaría demasiados episodios de la Historia. Lo malo es que todos los textos abundan en esa idea. Me gusta volver a los textos sagrados en estas fechas, con el ánimo de hallar en ellos explicación a algo y para aliviar las otras sensaciones de las apariencias de las calles.
Hoy repasé el libro final, el que parece que pone límite al proceso de salvación, ese proceso inventado por Dios cuando se le ocurrió la creación humana, ese que digo yo de vez en cuando que ya se le había podido ocurrir simplificarlo, sin necesidad de sacrificar a su hijo ni de tenernos a todos en vilo durante toda la vida. Es el Apocalipsis. De él copio casi al azar un párrafo que da buena media de lo que digo. Es un texto hermoso en lo formal y literario, pero que asusta a quien quiera imaginarse en tal situación. Es verdad que el contraste en un texto destaca mejor cada uno de los dos polos, pero es que vaya unos tonitos que se gasta…
Ahí va la bestia segunda suelta y sin freno (Cuarta parte): “Si alguno tiene oídos, que oiga. Si alguno está destinado a la cautividad, a la cautividad irá; si alguno mata por la espada, por la espada morirá. En esto está la paciencia y la fe de los santos. Vi otra bestia que subía de la tierra y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como un dragón. Ejerció toda la autoridad de la primera bestia en presencia de ella e hizo que la tierra y todos los moradores de ella adorasen a la primera bestia, cuya llaga mortal había sido curada. Hizo grandes señales, hasta hacer bajar fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. Extravió a los moradores de la tierra con las señales que le fue dado ejecutar delante de la bestia, diciendo a los moradores de la tierra que hiciesen una imagen en honor de la bestia, que tiene una herida de espada y que ha revivido. Fuele dado infundir espíritu en la imagen de la bestia para que hablase la imagen e hiciese morir a cuantos no se postrasen ante la imagen de la bestia, e hizo que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se les imprimiese una marca en la mano derecha y en la frente, y que nadie pudiese comprar o vender sino el que tuviere la marca, el nombre de la bestia o el número de su nombre. Aquí está la sabiduría. El que tenga inteligencia calcule el número de la bestia, porque es número de hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis.”
Vaya un atracón. Todavía ando asustado y mirando por los pasillos por si acaso aparece la maldita bestia. ¿Por qué jugar a asustar? ¿Por qué vivir en el miedo? “Oh, no eres tú mi cantar…”
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