sábado, 21 de abril de 2012

PIQUITOS

PIQUITOS, QUE DA LUZ Y DA CONOCIMIENTO
Para Manolo Casadiego, amigo, fotógrafo y conversador sesudo,
que comparte conmigo muchos caminos y abstracciones.
Era la luz aún joven. La mañana
brillaba entre las nubes a retazos.
El fresco de la brisa era caricia
y era la lentitud un fiel tributo
del ascenso pausado en la ladera.
Colores dibujaban los espacios
sin fin de las llanuras,
que se tornaban niñas y pequeñas
 en el sentir azul de la distancia.

Qué olores desprendían los cantuesos,
ahora solo en olor transfigurados.
La voluntad del cuerpo se afanaba
por subir y vivir, por ser partícipe
del ansia en conocer lo que en la altura
ofrece la feliz naturaleza.

Es más densa en la cima
la esencia de las cosas.
La vista no ve objetos, ve sus ansias
de dar a conocer sus fundamentos.
Aquí la densidad se olvida de las rocas,
busca ser densidad y pesar sola.
La llanura deshace sus medidas
y se alarga hasta ver el horizonte
perdido entre el olvido del espacio.
Hay poblados que forman en los valles
estampas reposadas de la historia;
pero no tienen nombre, son solo ecos
de conceptos que viven en el viento.
La nieve es solo el blanco
que lucha contra el cielo en la distancia;
el agua es salto o cauce,
pureza, rapidez,  quieto remanso,
y el mundo natural es complacencia,
mirada fraternal,
vestimenta de luz y de hermosura,
compacta sensación, diáfano espejo
del deseo del placer más sosegado.

Aquí yo soy el bien y soy la lucha
del ansia por vivir, de los esfuerzos
que da mi voluntad por ser, sin pausa,
sujeto del mejor conocimiento.
Y soy la luz, el viento, la montaña,
la medida del tiempo, la consigna
que marca el lugar justo a cada cosa,
la causa y consecuencia, el silogismo
que integra y da sentido
a todo lo que siento y reconozco
en una unión más pura y verdadera.

Valdesangil, que duerme en la llanura,
ha perdido su nombre y en Piquitos
solo se habla de altura y horizonte,
de unión y de contento por el gozo
del fiel conocimiento de las cosas.

Hay una enorme piedra aquí, en lo alto,
de densa solidez, de eterna esencia,
en la que el tiempo todo se ha cuajado
en rostro de Unamuno hecho silencio,
pensamiento y tragedia, desafío
trágico, que pelea en busca eterna
del alma y la sustancia de los seres.

A su lado soñé por un momento
con Dios y con su sueño.
Rogué y pedí con fuerzas
que no despierte nunca de ese ensueño
ni yo despierte nunca de los míos
para poder soñar nuestras esencias
en los mejores aires de las sierras.



Fotos: Manolo Casadiego

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