miércoles, 18 de abril de 2012

SUPONGAMOS...

Como la res publica anda en tan elevado nivel y los más conspicuos representantes se mueven en el ejemplo más prístino y honrado (cacerías humildes, recortes, tomaduras de pelo y hasta insultos al sentido común), me evado y me sumerjo en la lectura de algo menos pesado, de algo más llevadero, de algo mucho más festivo.
Leo lentamente -ya llevo unos días en ello- la obra de Schopenhauer “El mundo como voluntad y representación”. Esta vez no tengo ninguna prisa porque necesito la lentitud para esponjarme de tanto contenido y de tanta claridad.
Recogiendo algunas de las ideas centrales del libro, debería ir con ellas y llevárselas al Presidente del Gobierno o al Jefe del Estado. Incluso a los mandamases de los medios de comunicación. Al fin y al cabo, ellos son los pilotos que guían la nave de la comunidad, ellos son los que forman opinión y a ellos es a quienes se les dedican todas las atenciones. Supongo que, tanto a mí como al autor del libro, nos tirarían con las páginas a la cabeza y nos encerrarían.
Supongamos que, empezando por el rey, le sometemos a consideración la idea de que “el mundo que le rodea (al ser y, por tanto, también al rey) no existe más que como representación, es decir, única y enteramente en relación a otro ser, el ser que percibe, que es él mismo”. Supongo que nos miraría con compasión y nos invitaría a una copita después de darnos noticia de lo bien que se lo pasa uno en cacería por África, pues lo de disparar tiros es solo una parte de todo lo que en estas excursiones se cuece y se derrama.
Imaginemos que nosotros le añadiéramos que esta es “expresión más general que las de tiempo, espacio y causalidad”, y que todo se desarrolla y se desenvuelve en ellas. Tal vez se reiría y nos contestaría con sorna recordándonos lo que él entiende de tiempo y de espacio, pues los dispone como le parece. Tal vez lo de la causalidad lo tuviera un poco más complicado.
Hagámonos a la idea de que le presentáramos la hipótesis de que las representaciones no son la esencia de las cosas, y que, si queremos llegar a esa esencia, tenemos que acercarnos mentalmente al mundo de la voluntad como única forma de dar sentido a los objetos. Acaso se volvería al hospital o pediría que nos encerraran a nosotros para ser curados de locura.
En la presidencia del Gobierno ni siquiera nos recibirían. En los medios de comunicación darían noticia en páginas interiores de unos seres extraños, atrasados, extinguidos y absurdos. Y en otros niveles produciríamos una estampida y un caos en la huida por miedo.
Quiero decir sencillamente que hay gente que no ordena sus horas para depender de un resultado deportivo, o de la exposición sensual a los demás, o de la memez como señal de identidad, o del insulto como medio de vida, o del dinero como único dios.
Lo digo, por supuesto, por el autor, pues yo aquí soy un simple e interesado lector. Y por tantos que dedican sus horas a asuntos verdaderos y de trascendencia. Al menos que se sepa que existen. Aunque no aparezcan en ninguna escala ni en ningún mapa.

No hay comentarios: