lunes, 2 de abril de 2012

DE LAS FORMAS DE APRENDER

En los últimos días me he visto de nuevo en referencias directas del mundo de la educación: un jefe de estudios dimitido por culpa de un ejerciente escasamente alfabetizado, algunas lecturas, el fin del trimestre… No ejerzo ya la docencia, salvo las clases de la UNED del martes, pero el asunto de la enseñanza me sigue llamando con fuerza. Ha sido toda mi vida en sus parámetros y eso no se olvida con facilidad.
Revisaba hace unas horas un libro de Psicología del conocimiento y me volvían a la memoria las horas en las aulas y las formas o disformas de ejercer la enseñanza.
Hace ya muchos años, se me pidió un trabajo extenso en el que debía explicar lo que yo entendía qué era mi asignatura y las mejores formas que se me alcanzaban para llevarla a la práctica en las aulas. Era mi Memoria de Cátedra. Aún la reviso de vez en cuando y me sigue gustando lo que en sus páginas dejé escrito.
Pero sigo pensando también si realmente se llevará a la práctica mucha o escasa parte de lo que dictan la razón y el sentido común. Y mi opinión no es muy positiva. Siempre viví las disputas entre quienes ponían el acento en los contenidos y aquellos que querían destacar la importancia de las formas al lado de los contenidos. Nunca llegó la sangre al río, porque todo el mundo tenía algo de razón, que no la misma, y porque todo el mundo seguía en sus trece por mucho que las palabras y los razonamientos dijeran lo que dijeran.
Parece evidente que no se pueden construir formas sin unos contenidos que se presten a ser moldeados. Eso es como si discutiéramos que la Tierra gira de una forma o de otra si no admitimos que existe la Tierra. Eso solo lo discuten los tontos. Pero es que hay gente que se empeña en no pasar de la afirmación de que hay Tierra.
Cuando redacté mi Memoria de Cátedra, estaba muy en boga el Constructivismo. A mí me parece, hasta donde conozco sus rudimentos, una buena teoría y la defendí. Creo que con solvencia. Podía haber sido otra concepción formal. Lo importante era, y es, asegurar que los contenidos se atienen a unos fines, y que poco o nada valen por sí mismos. Enseñamos teoremas matemáticos o fenómenos lingüísticos para algo, con alguna finalidad, al servicio de algo superior como es la propia persona que recibe las enseñanzas. Y, además, la adquisición de los elementos de conocimiento se tienen que hacer de una manera ordenada y no a toque de tambor, sumando apuntes por sumar, llenando temas y más temas o memorizando datos hasta deslumbrar en un papel el día horroroso del examen.
Me pregunto, por ejemplo, qué tanto por ciento de enseñantes conoce y aplica conceptos referidos al aprendizaje como estos: pirámide de necesidades de Maslow, pensamiento reproductivo y pensamiento productivo, proceso de construcción, teoría del equilibrio de las estructuras, adaptación, organización, asimilación, acomodación, anticipación, construcción…
Esto que, a primera vista, puede resultar extraño no es otra cosa que ordenar ideas y entender que la asimilación de conocimientos se realiza en unas condiciones, y que conocer y explotar esas condiciones te lleva y, sobre todo, lleva al alumno a un éxito mucho mayor y permanente. Y que, de un buen conocimiento y de un buen aprendizaje, andan lejos las exhibiciones de todo tipo, los atracones sin sentido, los exámenes que únicamente seleccionan y las divisiones en vencedores y vencidos que tanto gustan a esta sociedad en la que vivimos. Menos mal que todo hijo de vecino -quiero decir cualquier enseñante- posee, aunque no sea consciente de ello, una cosa que, de manera un poco cursi, se denomina currículo oculto; pero parece poca cosa en asunto tan importante.
Curiosamente, estas formas de concebir el aprendizaje y de impartir enseñanzas tan diversas corresponden casi milimétricamente con otras formas igualmente tan diversas de entender la vida en todas sus facetas. También en la faceta política. No es nada difícil imaginar hacia qué campo apunta cada cual.

No hay comentarios: