En la página perdida de un libro encuentro esta definición de Dios: “Dios es un remo”. Y me quedo pensando en lo más o menos hondo de la definición. Entre el significado real y las connotaciones personales y sociales que le arrimo, no me queda desnudo este arbolito. Y le dedico tiempo.
Ya me parece hondo que se intente una definición de lo que, de ser, ha de ser todo. Y a la vez nada. Voz y silencio, impaciencia y calma, mañana y tarde, paz y guerra, pasado y futuro.
Alguna vez he pensado que no hay mayor blasfemia que definir a Dios desde las calamidades humanas. Y, sin embargo, si tiene que ser, no veo cuál puede ser otra forma.
Después de pensarlo un rato, he tentado la posibilidad de que se tratara de alguna errata. ¿Y si se hubiera querido decir que “Dios es un reno”? ¿Y si fuera esto otro: “Dios es un reto”? O esto otro: “Dios es un rezo”; Dios es un beso; Dios es un queso; Dios es un peso; Dios es un seso, o un sexo, o un sieso; Dios es un teso, o un tieso; Dios es un yeso.
Cada posibilidad me sugiere connotaciones diferentes y no sé con qué variable quedarme.
Cuando la confusión crece en intensidad, me desvío en otras variantes: Dios es un demo; Dios es un memo; Dios en un nemo…
Y, para no perecer en el intento, lo dejo en suspenso y me voy a mí mismo. Que acaso no sea otra cosa que todo eso que he apuntado, según los días y las horas
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