martes, 1 de enero de 2013

EN BUSCA DEL SECRETO DE LA MONOTONÍA


¿Será algo nuevo repetir que no hay nada nuevo bajo el sol, que los elementos se repiten secuencialmente y que apenas hay novedad en el arranque de cualquier período? Y, si esto fuera así, ¿merece la pena repetirlo y seguir dándole vueltas una y otra vez? No lo sé. Sospecho que sí, sobre todo si en la insistencia uno sigue sabiendo extraer consecuencias y reafirmando o cambiando las ideas que tenga.
Porque el tiempo queda atrás y el año viejo ya se mira desde el espejo del pasado. Porque el nuevo año comienza y lo hace con las mismas coordenadas y prácticamente los mismos resultados. Porque las prácticas festivas son las mismas y con un colorido similar.
Anoche despedí el año de manera tradicional. Para mí, tradicional significa juntarme con mi familia amplia y pasar un rato desigual. Este año faltaban, de mi familia más próxima, Miguel Ángel, Merce y Sara. Lo sentí mucho, pues daría media vida por tenerlos siempre cerca de mí. Es una postura seguramente egoísta pero es la que es y así lo reconozco.
En cuanto se pasan los brindis y los parabienes, me vuelvo a mi costumbre ya antigua y solitaria: me salgo en silencio calle abajo, en busca del silencio y de la oscuridad. Por el camino voy dejando atrás las luces y el ruido de las gentes que parecen poder mostrar solo la alegría a través de los gritos. En cuanto me sumerjo en el paseo del túnel del viejo tren, el tiempo se me detiene y ya soy solo mío. Allí, en el esquinazo, hoy semiderruido, vivieron mis padres muchos años; allí sigue mi recuerdo y allí me siento un poco más cerca de ellos. Cualquier evocación es solo mía, es solo nuestra, de nosotros tres; y en ellas me detengo con deleite. No es más que mi pequeño homenaje a su memoria.
Después me voy sin tregua hacia la semioscuridad que ofrece la carretera general a esas horas. A la altura de la Fuente de doña Elisa –siempre ese día solitaria y honda-, me giro para mirar la ciudad, esta ciudad estrecha y hoy luminosa y alterada. Qué contraste de colores, de ruidos y de sensaciones. Porque los contrastes no son solo horizontales sino también verticales; se opone la luz a la oscuridad, el ruido al silencio, pero también el suelo al cielo, los límites del tiempo a continuum del mismo, las partes al todo, lo pequeño a lo inmenso y lo prescindible a lo fundamental. Algún loco inoportuno viene a alterar, con su velocidad sin tino, la serenidad del caminante solitario, pero es solo un momento. A la altura de lo que en Béjar se llama fábrica de gaseosas Molina, me gusta detenerme; allí es donde mejor enfrento los conceptos y las sensaciones. Y entonces creo que el fin de año adquiere otro sentido para mí; o, en todo caso, deja de tener el sentido mostrenco y repetido que parece dársele en todos los sitios, sobre todo en los públicos. Durante esos minutos pasan por mi mente sensaciones muy diferentes y adquiero la certeza de que hay ratos que realmente merecen la pena. Este año, la niebla densa ayudaba a poner contexto apropiado.
Cuando pasan esos minutos, todo es ya vuelta a lo sabido. Otra vez este año había un fallecido en el tanatorio de la carretera. Menudo fin de año diferente para sus deudos. Por la Corredera, escasos viandantes en cuadrillas, camino a cualquier parte. Me sigue sorprendiendo negativamente que algunas chicas vistas faltas minúsculas en días de invierno y en noches de niebla y frío. Mejor no glosarlo.
Nadie se extraña en casa de mi vuelta pues se ha convertido en costumbre y simplemente me dejan hacer, supongo que con pensamientos diferentes. Cualquier charla insulsa cierra la jornada a falta de canciones o de chistes.
Y eso es todo, tan simple como eso.
El día de Año Nuevo sigue siendo el más corto con mucha diferencia. El levantar sin prisas, en mi caso hora y media de lectura, la visita obligada al Buen Pastor con pérdida incluida y búsqueda angustiosa de un residente, las comidas, alguna despedida y de nuevo la noche. Y así se gasta el primer día de otro trozo de tiempo tan corto como un año.
Y mañana de nuevo a la costumbre, a reincidir en el secreto de eso que llamamos monotonía y que tanto nos acecha si no andamos con tiento. Hay que darle esquinazo y a ello vamos.

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