martes, 22 de enero de 2013

EL DEDO EN LA LLAGA


Quedarse con el último recuelo de eso que llamamos arte (y creación poética como ejemplo de arte) viene a darnos solo tres elementos con los que trabajar: la idea, la forma externa e interna de esa idea, y la emoción que se pueda causar en el desarrollo de la obra o en su terminación.
No parece que el poeta lo tenga demasiado difícil en el asunto de elegir materia: no hay mucho donde escoger: “Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida”. Todo se reduce a ello y a sus infinitas variantes.
Es la forma el campo en el que el poeta tiene que fajarse, el estadio en el que hace emerger su personalidad y su forma especial de sacar un mundo de la nada, en esa excepcionalidad que se le ha concedido de actuar como un dios menor. Seguro que, si sale airoso en esta parte del oficio, el asunto de la emoción en el receptor de la obra acabada está más cerca de tener final feliz.
Pero es que trabajar con la forma es más complejo de lo que parece. Obviando ahora algo tan fundamental como la distribución y el ritmo de los contenidos, y echando el ojo solo en los aspectos más carnosos de la forma, no es sencillo ni siquiera navegar en el dominio de la terminología. Muncho menos tiene que ser alcanzar alguna maestría en su dominio y en su uso correcto y adecuado.
La propia terminología asusta. ¿Cuántos son los moldes métricos en los que se puede verter el líquido poético? Casi infinitos: Dístico, pareado, terceto, tercerilla, cuarteto, carteta, serventesio, redondilla, soleá, copla, seguidilla, quinteto, quintilla, sexteto, sextilla, octava, octavilla, décima, espinela, soneto, estancia, romance, endecha, estrofa sáfica, silva, poema no estrófico (ahora mismo el más usado)…
Y si elegimos al azar cualquiera, ¿cuál es el ritmo interno que le vamos a dar?: espondeo, yambo, troqueo, anapesto, coriambo, anfíbraco, dispondeo, jónico, con cesura, con acento de flauta gallega…
¿Hacemos lo mismo con la extensión?: versos bisílabos, trisílabos, tetrasílabos, penta, exa, hepta, octo, enea, deca, endeca, dodeca, trideca, alejandrino, pie quebrado…
¿Y la relación entre ellos en cuanto a la rima?: consonante, asonante, consonante blanda, blanco, libre, mezclas, diéresis, sinéresis, ripios…
Lo mismo se puede recordar en lo que se refiere a asuntos como el tipo de ritmo, cadencia, tipo de colección, tono poético (elegíaco, bucólico, satírico, dramatizado), género poético…
Y mil asuntos más.
Tengo la impresión de que el receptor de la creación poética, en general, se queda un poco a dos velas y apenas se interesa por otra cosa que por el resultado final, eso que constituye la tercera parte del asunto de la creación: la posible emoción que en él cause, ese oooh que se alarga más o menos según los casos y que nos deja con ese “no sé qué que quedan balbuciendo”.
No pasa nada. En alguna medida, los dos primeros pasos están al servicio del tercero. No en todo, ni mucho menos, pero sí en buena parte. Por el camino ha quedado, oscuro, perdido, el sudor solitario del poeta, que ha imaginado, que ha sufrido, que ha levantado, en forma que él cree diferente, un edificio que antes no existía salvo en los materiales dispersos y olvidados.
Al fin y al cabo, todo termina siendo producto de una serie de elecciones. Sería interesante saber poner el dedo en el centro de la llaga, las manos en los materiales externos e internos que realmente produzcan ese elemento de emoción. Primero en el creador; después, si es posible y hay suerte, en el lector.

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