miércoles, 9 de enero de 2013

HOY TODAVÍA


Termino la lectura del tercer texto de este comienzo de año. He empezado con ganas: El gatopardo; Misión olvido; Ayer no más.
Desde hace algún tiempo vengo anotando -si no se me marcha la mente al cielo y el nombre al cesto del olvido- los títulos de las obras que leo en formato completo. Del año 2012 me salen unas setenta. No es ni mucho ni poco ni regular; es, sencillamente, lo que es. Creo que lo interesante es repasar y pensar en el tipo de lecturas que uno hace y, sobre todo, en el que deja de hacer.
Supongo que de cada obra podría haber dado a conocer alguna opinión más o menos trabada. Seguramente, si no lo he hecho, es porque tengo la certeza de que no llegan esas opiniones a casi ningún sitio, salvo al poso que en mí mismo puedan ir dejando. Ya me gustaría poder compartir con un grupito opiniones. Pero esta es una ciudad estrecha y echo mucho en falta algún espacio apropiado.
Hoy rompo el molde y dejo unas líneas de la última novela de Andrés Trapiello: “Ayer no más”.
Considero a Trapiello un escritor cuajado en casi todos los géneros y con capacidad muy por encima de la media que pulula por ahí. Tal vez por eso esperaba algo más en esta su última entrega en prosa.
“Ayer no más” reincide en el tema de la Guerra (In)civil. Es verdad que han pasado ya setenta y cinco años y parece que fue ayer no más. ¿Por qué esta insistencia? Trapiello intenta una formula, en fondo y forma, un poco distinta a la tradicional. Él es consciente de que repetir fórmula no tendría mucho sentido
En cuanto a la forma -aparte numerosísimos detalles que no son para unas líneas- creo que da la voz a demasiados personajes y que, para una lectura poco reposada, corre el peligro de ensombrecer el relato y de volverlo confuso. Hay demasiados elementos que faltan y que hay que dar por entendidos, y demasiados cambios de protagonista como para seguir sin esfuerzo el desarrollo de los hechos. Como, además, los ´capítulos´ son siempre muy breves, la confusión está casi servida
El contenido viene a ofrecernos -esta es la intención fundamental del autor- una visión templada y bipolar de los acontecimientos de la guerra. Es verdad que, en demasiadas ocasiones, los textos que tienen que ver con este período aparecen sesgados y sentimentalmente vencidos hacia una parte. En este sentido, es loable la intención de Trapiello de recordarnos que en todos los sitios cuecen habas y que no es oro todo lo que reluce en ninguna parte.
Pero es lo mismo cierto que, en esa situación, corremos el peligro de la equidistancia, tan traicionera y esclava de la buena voluntad. Por supuesto que el autor tiene muy claro que se sublevaron los que se sublevaron, que las atrocidades no fueron las mismas (sobre todo en número y en tiempo), que la posguerra la sufrió casi solo un bando, que… El desarrollo de la acción, el intento de buscar la causalidad múltiple y el deseo de animar a la reconciliación desde la cesión mutua se prestan a interpretaciones demasiado simplistas y voluntariosas.
Tal vez por eso sea tan difícil pasar esta triste página. Aunque la cita sea larga, copio aquí las siguientes palabras de las páginas 138 y 139: “- En España me parece que sucede esto. En un primer momento, y setenta años después, muchos creen haber comprendido el espanto de aquella guerra; pero rasgas la superficie y asistes horrorizado al hecho de que bastantes de los que vivieron aquello, puestos de nuevo en el mismo lugar y en parecidas circunstancias, habrían vuelto a hacer… las mismas cosas: Unos, los rojos, porque venían de una situación de miseria y explotación lacerantes, y los otros, porque temían que los revolucionarios no se iban a contentar con quedarse con sus tierras, sus casas y sus industrias, sino que iban directamente a por sus vidas, tal y como les habían contado que había sucedido en Rusia, para ellos la representación del infierno, y para sus enemigos, el paraíso. La diferencia entre unos y otros es que unos, los rebeldes, cometieron sus crímenes en secreto y los guardaron en secreto, y los otros no solo los cometían a la vista de todos, sino que se ufanaban en público de haberlos cometido… Pasada la guerra todos han querido persuadirnos de que no pudieron hacer otra cosa, y cada cual cree que en su bando los crímenes se cometieron en abstracto, en nombre de la República o de Falange, del Comunismo, de la Anarquía o de la Iglesia, con lo cual, unos y otros, aceptando en principio que todos pudieron ser culpables, acaban teniéndose por inocentes, en tanto creen que los crímenes del bando contrario los cometieron individuos diferenciados que debían pagar por ello. Así se explica que nadie haya querido juzgar y pedir responsabilidades jamás a los suyos, sino a los contrarios.”
Y esta otra de la página 223, una reflexión ante un epitafio: “¿Murió ese hombre por defender la República y la libertad? Acaso vivió por ellas, pero morir no. Murió sin poder defenderlas siquiera. Si con ello hubiese salvado la vida, acaso se habría alistado allí mismo a Falange, como hicieron tantos republicanos y defensores de la libertad que a partir de entonces dejaron de serlo, o lo fueron de una manera tan secreta que durante los cuarenta años que duró el franquismo nadie pudo sospechar que fueran ni lo uno ni lo otro jamás.”
Durísimas pero reveladoras palabras.
El autor nos pide un esfuerzo de razonamiento, de sensatez y de cordura. Pero nunca de olvido ni de equidistancia. Eso nunca.

No hay comentarios: