“Rajoy, bájate del guindo, por favor, que España no aguanta más; // bájate del guindo, por favor, que España ya está aruiná”. Estribillo de una copla chirigotera cantada en la Plaza de la Villa en Madrid, el 10-02-2013.
Los hechos concretos solo adquieren carta de naturaleza cuando se instalan en la costumbre y se realizan sin intención específica y concreta. Cuando esto sucede, sencillamente se hacen y no se discuten porque han pasado a formar parte de lo normal en la vida de la gente. La gente, por ejemplo, no se plantea demasiado la bondad o la maldad del casamiento (o no se lo venía planteando) porque estaba en el código genético de las costumbres. De hecho, alguien respondió teatralmente a una pregunta al respecto con que se casaba por lo mismo que otros iban al fútbol los domingos.
El ejemplo no sé si es el más actual, pero poco me preocupa.
El fin de semana pasado estuve en Madrid (¿estuve o he estado?, porque duran sus consecuencias sicológicas en mí: de hecho me ha sugerido estas líneas). Como siempre, aproveché las horas en diversas actividades: visitas, compras, teatro, cenas, paseos…
El domingo asistí a una representación teatral extraordinaria. La Plaza de la Villa acogió una muestra de danzas y chirigotas carnavaleras. Entre mil y dos mil personas asistimos, durante casi tres horas y sufriendo un frío invernal, a un espectáculo excepcional. Con las chirigotas y murgas subieron al escenario los más conocidos personaje públicos y de allí bajaron en cueros y escarnecidos sin casi barreras ni límites.
La casa real, los políticos más conocidos, los apandadores más actuales, los tontos del reino… Toda la parentela desfilando sin máscara y sometida a juicio público y popular. Bajo el balcón del ayuntamiento de Madrid, la alcaldesa se desembotelló y se vertió en líquido corrosivo por el suelo de los madriles. Allí mismito, en el sitio de mando. El Palacio Real no estaba mucho más lejos, y la Moncloa tampoco.
Yo pasé tres horas envuelto por la emoción y la risa desatada. Y todo gratis.
El ambiente carnavalesco lo permite casi todo en un tono popular.
Y, sin embargo, estoy seguro de que, una vez resuelto el espectáculo, cada cual se fue rumiando lo visto para su casa, ajeno e individualizado ya, y sin el ambiente propicio para seguir el tono y la expresión crítica.
Madrid es una ciudad muy grande y todo allí es espectacular, pero también lo diluye todo como en un mar de olas.
Supongo que Madrid no tiene en su código genético la expresión de las chanzas del carnaval, con sus letras burlescas y afiladas, populares y directas, pero también fáciles de entender y sin rodeos. Tampoco conozco esas expresiones en otros lugares que no apunten al sur de España.
Tal vez en el centro y en el norte de la Península se reserven esas consideraciones para un ambiente y para un formato más refinados. Tal vez. Lo cierto es que dejar todo al disfraz y al baile más o menos procaz me parece demasiado pobre y elemental. Y no me gusta nada.
Asistir, aunque fuera arrecido de frío, al espectáculo de crítica basado en la música y en la letra, muy por encima del disfraz, en aquel escenario me reconcilió con el significado último del carnaval.
Tal vez porque Madrid es rompeolas de todas las Españas acoge las mareas más llamativas, pero también las deja diluir mar adentro y las pierde hasta la siguiente pleamar.
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