lunes, 18 de febrero de 2013

DE NUEVO ENTRE LOS PINOS


Mi nieta Sara, esa cosa tan pequeñita a la que tanto quiero -y no la quiero más `porque no sé cómo hacer para quererla más, aunque estoy dispuesto a hacer un cursillo- tiene tres años y dice que su cumpleaños es “cuando la primavera vaya acabando”.
Es verdad que las estaciones huelen a división del año, a cambio de actitud, a mirada diferente.
Esta mañana he salido a pasear por los pinos a las ocho y media de la mañana. Hacía meses que no respiraba su aire ni sentía su aroma. Tal vez desde el otoño. Estamos en invierno y, además, por estos pagos, “primavera tarda”; pero algo había en el ambiente que me reconfortaba.
Tal vez las sensaciones , cuando son multisensoriales, empiecen por la vista, pero enseguida interviene el olor y, si la intensidad lo permite, termina siendo el sabor el que lo invade todo.
La ladera suroeste de la subida a los pinos sigue pelada, aunque la vegetación baja se ha ido asentando lentamente desde el último incendio; incluso algunos robles han arraigado y empiezan a dejarse ver, aún con las hojas secas del último año. Alguien tendría que ocuparse de la repoblación de esta pendiente para que la escasa tierra no se desplome hasta el río, allá en lo hondo.
La mirada se alza de forma natural hacia la sierra. Allí luce la nieve en lo más alto, descansando de la noche cara al cielo y esperando los rayos del sol que poco a poco la van despojando de sus vestiduras hasta quedarse desnuda en piedra y sol. Estos son los mejores meses del año para la nieve en Béjar, cuando está más limpia y despejada. Lástima que no sea demasiada y que el velo no luzca en todo el lomo de la loba.
El ambiente está fresco y el suelo conserva la humedad de las lluvias pasadas. Su contacto con los primeros rayos de sol que asoman por lo alto de la montaña provoca un olor especial a pino. Porque los pinos siguen allí perennes y obstinados, altivos y esbeltos ante la noche y ante el día. Parece como si por ellos no pasara el tiempo. Los árboles de hoja caduca, sin embargo, se muestran desnudos y a la espera de que la naturaleza les devuelva sus ropajes en los que colgar su pudor y el ritmo de la vida.
Qué bien se entiende aquí cualquier oxímoron; sobre todo aquellos de “la música callada”, “la soledad sonora”. Aquí solo es la brisa la que se mueve apenas mientras se escucha un fondo de música de pájaros que saludan al día y tal vez a algo más. Por la doble cascada del regato apenas baja agua en una época en la que tendría que lucir un caudal generoso. No sé cuál es la causa.
Los pinos están limpios y a su base han nacido pequeños retoños que aspiran poco a poco a engrandecer su presencia antes de que sean trasplantados o simplemente talados. Así, el aspecto del bosque es siempre más agradable.
Como hago siempre, en cada fuente bebo un sorbo de agua, de esa agua limpia que viene de la sierra y que se remansa en hilos que dejan su sonido pertinaz en la base de la fuente, en un responso lento y eterno. Yo respiro y bebo, bebo y respiro. Y en ese ambiente imagino y pienso, siento y me complazco; a veces hasta me olvido y me dejo en sensaciones agradables.
Esta mañana, cuando terminaba mi paseo y estaba a punto de dejar el pinar, contemplé con agrado cómo un par de palomas jugaban en las ramas de un árbol junto al río. Sus saltos de rama en rama, persiguiéndose mutuamente, eran la mejor imagen y la mejor lección de que la naturaleza empieza a dar muestras de la nueva estación que ya presiente, de que la vida se renueva y de que hay un hálito especial en el ambiente. Los pinos hoy me dieron un avance. Todo se hará con la lentitud y el ritmo que la naturaleza quiera, pero ya nos manda sus primeros recados.
Hoy tuve sed de pinos y los pinos me dieron el aire para respirar y el agua para beber. Y yo quedé saciado y satisfecho.

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