domingo, 17 de febrero de 2013

MI VOLUNTARIADO EN EL BUEN PASTOR

                   
Hoy. Día diecisiete de febrero de dos mil trece, finaliza mi pertenencia como voluntario a la junta directiva del Buen Pastor de Béjar. Han sido dos años largos, desde aquellos comienzos de dos mil once, cuando me incorporé, sin tener ni idea de lo que me aguardaba y con la única intención de ayudar en lo que pudiera a los ancianos que allí vivían y viven.
La experiencia ha sido todo un cúmulo de sensaciones, casi todas positivas. Creo que, para que esto se produzca, lo mejor es partir de no pedir ni esperar nada; de esa manera, todo lo que sucede es como si te lo dieran por añadidura y todo pasa a engrosar el saco de los recuerdos positivos. En este caso, no es difícil que esto se produzca pues no se me alcanza qué es lo que se podría esperar de allí.
El Buen Pastor es una institución privada sin ánimo de lucro, que nació con fines caritativos a mediados del siglo diecinueve y que se ha mantenido desde entonces al servicio de las gentes más necesitadas de Béjar y de su comarca. Por sus juntas directivas han pasado muchas personas y cada una ha dejado la impronta de su trabajo y de su voluntad.
Apenas he dejado constancia de mi labor en esta ventana informática. No sé cuál puede ser el motivo. Tampoco me importa demasiado. Sí sé que he dedicado muchas, muchísimas horas a este voluntariado y que mi conciencia está contenta consigo misma. No es poco.
A estas alturas creo que sé bastante, o tal vez incluso mucho, de los entresijos del Buen Pastor. Tal vez eso me lleve a organizar datos y experiencias en algún escrito estructurado que podría ver la luz en algún medio para conocimiento sobre todo de los bejaranos. Veremos qué pasa. Porque creo que, a pesar de todo, muchos vecinos de aquí no conocen ni la estructura, ni los fines ni el funcionamiento real de algo que consideran suyo.
Por ejemplo, mucha gente sigue considerando que aquello es simplemente un centro de caridad. De hecho, popularmente es conocida como Casa de Caridad. Hoy mismo, en la asamblea de socios, una mujer se quejaba -con toda la razón- por el uso abundante que se hace de este apelativo. Es verdad que, a comienzos del siglo veintiuno, hablar de caridad poco tiene que ver con lo que la realidad imponía en los dos siglos pasados. Pero es que esto nació en los ambientes sociales, culturales y religiosos en los que nació, y aún quedan muchos restos de todo aquello; como quedan en otros ámbitos de la vida.
Todo lo que suene a caridad es fiel reflejo de la ausencia de justicia; por ello, habrá que concluir que todo el que reside allí tiene los mismos derechos que cualquier otra persona y, por tanto, está por justicia y no por caridad. No es menos cierto, sin embargo, que los costes son mucho menores que los que se exigen en otros centros de ancianos. Hay socios que ayudan, hay bancos de alimentos de donan alimentos, hay voluntarios que entregan sus horas de forma gratuita, y hay cuotas mensuales que pagan los residentes  Todo ello explica la realidad compleja del centro.
Y, entre los voluntarios, los hay con más o con menos disponibilidad, con distintas capacidades, con diferentes actitudes, con mayor o menor intensidad, con ideas diferentes… Por encima de todas estas variables queda siempre la buena voluntad que he observado en todos ellos.
Por lo que a mí respecta, solo sé decir que he dado muchas horas y creo que he puesto mi mejor voluntad. Y creo que los residentes lo saben y lo han apreciado.
La realidad que uno encuentra en la residencia es variable y de todos los matices: hay personal laboral diverso, hay familias de todas las clases, hay residentes de muy distintos caracteres y todos ancianos, hay administraciones, hay entornos variables, hay caracteres e ideologías…, hay un poco de todo.
Cada cual sabrá con qué demonios tiene que lidiar. El resultado sé que es bueno y que el tópico de que se aprende más de lo que se enseña es real.
Atrás voy a dejar centenares de realidades y de situaciones especiales, retratos de ancianos que ya van a componer para siempre páginas del álbum de mi vida, abrazos con los que tan sencillo ha sido alegrar el día a muchas personas, gestos y sonrisas que han valido lo que no está en los papeles, y muchísimas anécdotas de todo tipo. A veces, me enorgullece reconocerlo, he parecido como un cura en un confesonario, o, en términos más actuales, un mediador en conflictos entre ancianos niños.
Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir; / allí van los señoríos / derechos a se acabar / e consumir”.
Y todos somos ríos, con mayor  o menor caudal y con mayor o menor agua limpia o sucia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Porque formo parte del colectivo humano, quiero darte las gracias, Antonio, por tu trabajo altruista; por tu dedicación, casi a tiempo total; por tu involución en un proyecto que un día quiso ser de todos; por hacer de mediador entre los ancianos niños; por cada una de tus palabras, cada una de tus sonrisas y cada uno de tus abrazos que les hayan hecho sentirse importantes y vivos. Gracias, en fin, por tu solidaridad con quienes un día fueron nuestra fuerza y hoy deberían ser nuestra mayor debilidad.
A.Merino.

mojadopapel dijo...

Pase por allí un día perdido para saludar a unos amigos y estar un ratito con los mayores, me gustó tanto que pregunté que hacia falta para entrar algún día no tan lejano y, desde luego, si estás tu.. me apunto,amigo.