Cesare Beccaria Bonesana es un autor italiano que, en el S XVIII reflexionó por escrito acerca de los fundamentos y la práctica del Derecho. En su breve obra “De los delitos y las penas”, recoge hasta cuarenta y dos breves meditaciones, en forma de capítulos, que dan pautas sensatas sobre los diversos apartados que componen el difícil y farragoso mundo de la teoría y de la práctica del Derecho. Una buena selección de sus ya breves textos nos daría una certera muestra de muchos de los fundamentos en los que se asienta el mundo jurídico, ese compendio, cada día más extenso y farragoso, que aspira a dar consistencia a nuestra convivencia y de cuya interpretación -tantas veces extraña y sorprendente- depende buena parte de nuestra forma de andar por la vida.
En el capítulo VIII reflexiona acerca de “los testigos” en la práctica del Derecho. De él solamente copio dos párrafos:
1.- “La credibilidad de un testigo, pues, debe disminuir en proporción del odio, o de la amistad, o de las estrechas relaciones que existan entre él y el reo. Es necesario más de un testigo, porque mientras uno afirme y otro niegue nada hay de cierto, y prevalece el derecho de cada hombre tiene a ser creído inocente”.
2.- “Finalmente, la credibilidad de un testigo es casi nula cuando se trate de un delito de palabras; porque el tono, el gesto, todo lo que precede o lo que sigue a las diferentes ideas que los hombres atribuyen a las mismas palabras, alteran y modifican de tal manera lo dicho por un hombre, que es casi imposible repetirlo precisamente tal y como fue dicho. Por otra parte, las acciones violentas fuera del uso ordinario –como son los verdaderos delitos- dejan su huella en multitud de circunstancias y en los efectos que de ellas derivan; por ello, cuanto mayor número de circunstancias se aduzcan como prueba, tanto mayor, tanto mayor será el número de los medios que se proporcionan al reo para que se justifiquen. Pero las palabras so permanecen más que en la memoria infiel y a menudo seducida, de los oyentes. Es, por tanto, mucho más fácil una calumnia sobre las palabras que sobre las acciones de un hombre”.
Las dos indicaciones se muestran de aplicación inmediata en cuanto pensamos en los acontecimientos que estos días llenan todos los medios de comunicación y buena parte de las conversaciones de la calle.
A mí me vuelve a interesar más su aplicación en los hechos menos de pasarela y más callados que jalonan la vida de todo hijo de vecino. Me refiero, una vez más, a los malos entendidos y al valor que hay que concederle a la lengua hablada y escrita. Casi todos los conflictos terminan sustanciándose en esa mala interpretación de las palabras, en su reproducción inexacta y fuera del contexto inicial. De ese modo, lo que era una mota se convierte en la interpretación en un agujero negro y lo que no fue otra cosa que una gota de agua que el sol hubiera evaporado en un momento se transforma en la desembocadura del Amazonas.
Como no vayamos a los hechos con un poco de sentido común y de buena voluntad, todo se nos volverá dificultoso y la convivencia se hará más difícil siempre, todo se nos tornará graveza aunque no haya llegado el arrabal de senectud.
En el contexto vital de cada uno se verán los hitos marcados por esos malos entendidos, que proceden de la inexactitud de la palabra, pero también -y sobre todo- de la falta de sentido común y de la buena voluntad siempre necesarios.
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