martes, 26 de febrero de 2013

UNAS GOTAS DE NOSTALGIA


Confieso que hay asuntos que me cansan y que me causan hastío. Por más que procuro evitarlos, me los encuentro por todas las esquinas. Estoy hasta el gorro de Urdangarín y de Barcenas. Ambos me parecen dos indeseables, pero ya he afirmado muchas veces que me parece más indeseable la sociedad que permite y jalea que existan estos tipos y que solo se rasga las vestiduras cuando la justicia los pone en la picota. Por estar harto lo estoy hasta de los medios de comunicación pues sigo pensando que actúan siempre al servicio de sus intereses económicos hinchando o pinchando globos según les conviene.
En tales situaciones no sé dónde esconderme ni con qué distraerme.
Hoy ha venido en mi auxilio la lectura de un ensayo de cerca de doscientas páginas titulado “La revolución divertida”. Es su autor Ramón González Férriz. Analiza las principales revueltas sociales desde los años sesenta hasta nuestros días.
Estoy en desacuerdo con algunos elementos secundarios, pero me parece que acierta en la tesis central: Todas las pretendidas revoluciones se han forjado como intento de remover el sistema social pero han terminado diluyéndose en el propio sistema; incluso las últimas ni siquiera en la teoría han proclamado su deseo de cambiar el sistema. El futuro no se presenta más esperanzador. Parece como si la única diferencia entre la derecha y la izquierda es la mayor sensibilidad con que la izquierda gestiona en capitalismo. Otra cosa es proponer salirse de él.
Por las páginas del ensayo circulan los esquemas del mayo francés, y los posteriores destinos de sus principales dirigentes; los hippies y los yippies americanos; los beatniks y los Beatles; todos los movimientos contraculturales y anarquistas; la movida madrileña y los libertarios catalanes; los nacionalistas; los llamados intelectuales en todas sus variantes; los movimientos antiglobalización; la aparente revolución de internet; y hasta el 15-M. El libro solo tiene un año pero hoy ya podría recoger todos los movimientos espontáneos más actuales.
El autor defiende que, en el fondo, todos los intentos de revolución desde el 68 son burgueses; o al menos se tornan en algún momento burgueses. No es nada nuevo: ya lo sabíamos. No creo que eso les quite ni les añada ningún elemento de verdad ni de mentira, simplemente los describe.
Hay una idea externa que a mí me llama mucho la atención. Es la de que el propio sistema capitalista es revolucionario en sí mismo y por ello es capaz de engullir cualquiera de estos movimientos. Los movimientos anticapitalistas aspiran a partir de la libertad del ser humano para que todo se coloque a su servicio como principio y como fin. El propio capitalismo ha ido desarrollando en su publicidad la bondad de la individualidad como elemento positivo y de distinción frente a los demás. Por eso ha podido con todos los intentos y se los ha comido arrebatándoles aquello que era su propia esencia.
Habría que añadir inmediatamente que el capitalismo  produce industrialmente y eso de la exclusividad es solo un señuelo. Pero funcionar claro que funciona. A las pruebas me remito en vestidos, calzados, automóviles…
Y una idea más personal por lo que me afecta como sufridor o beneficiario más directo. Esto dice el autor: “Volver a rebelarse en las calles, volver a convertir la provocación en un arma liberadora… , y creer que después de eso vendría un mundo nuevo y más justo ha sido una estrategia ineficaz. No porque no sea natural y en cierta medida hasta buena y liberadora en sí misma; puede que sea incluso una constante histórica que por alguna razón creemos que se ha acentuado ahora. Pero en cualquier caso, eso no impide ver un rasgo, muy singular y muy llamativo, en la nueva cultura juvenil: ha vuelto la mirada al pasado; no para conocerlo y aprender de él, sino para envidiarlo y querer volver a él: Los jóvenes de los sesenta se divirtieron tanto, consiguieron tanto, y luego tuvieron tantas comodidades, que no hay un futuro mejor que volver a repetir su experiencia”. Pg. 180-1 Yo no soy precisamente un prototipo, pero el parrafito tiene una enorme carga explosiva para parte de mi generación. Y para mí mismo en varios apartados.
Y esto otro: “El mundo a principios del siglo XXI  es una mezcla asombrosa de estética rebelde y ortodoxia económica, de discurso revoltoso y adoración del confort material. Y a consecuencia de ello, los individuos más afortunados de ese mundo afortunado, especialmente si son de izquierdas, sienten una tensión entre su “éxito material” y su “virtud interior”. No es que duden de la legitimidad con que han conseguido lo que tienen -a fin de cuentas, en muchos casos, es fruto de logros políticos como la educación pública o con becas, la progresiva no discriminación por sexos, la meritocracia o en España simplemente la democracia-, peor aun así hay cierta brecha entre sus aspiraciones a un mundo más radicalmente igualitario y su satisfacción personal con el bienestar que les ha sido concedido. Naturalmente hay centenares de causas justas por las que seguir luchando. Pero la mayoría de estos viejos soisante-huitards ya no pueden salir a la calle -excepto, quizá, en ocasiones especialmente clamorosas- para gritar y correr ante la policía. Su expresión del disenso se produce mediante el voto, pero también mediante decisiones de consumo en general y de cultura en particular. Sin duda, a su modo de ver, esos muchachos que se manifiestan ante las grandes instituciones económicas y políticas tienen mucha razón, y hasta es posible que a los viejos revolucionarios les dé cierta envidia no poder estar en su lugar armando una buena protesta. Pero ahora su papel es otro. Quizá compran café del comercio justo, optan por un coche poco contaminante, le hacen un contrato a la chica inmigrante que les ayuda con los niños, donan una parte de sus merecidos ingresos a una ONG, firman manifiestos o escriben airados artículos”. Pg. 176-7
Estas y muchas más cosas. Para pensar y revisar. Y para actuar también.

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