Me voy a repetir. Me voy a repetir. Me voy a repetir.
Este país parece un lodazal. Los políticos dan razones para equipos titulares y reservas de fantasmas y apandadores. Es verdad que no hay pan para tanto chorizo. La situación es tan escandalosamente delicada que tal vez se podía pensar en volver a pedir opinión a la ciudadanía acerca de su representación pública. Naturalmente que hay que taparse las narices para poder soportar un olor tan nauseabundo. ¿A qué tienen que esperar para reaccionar? Y así hasta darle vueltas a la tierra en globo aerostático.
Todo eso es verdad y mucho más. Vale.
Pero los peros, incluso si nos imagináramos una situación aún peor -y no es fácil hacerlo aunque se trate del mundo de la imaginación-, son muchos en mi cabeza y hoy también necesito manifestar alguno de ellos. Por ejemplo.
Los últimos escándalos afectan solo a las cúpulas de algunas organizaciones, por muy visibles y representativas que sean estas.
Hay una mayoría muy grande de cargos y de militantes que no participa en estos desmanes y que seguramente no aplauden a ninguno de los sobrecogientes de turno, aunque sean sus correligionarios. Esto habrá que defenderlo también para el PP, incluso por personas tan alejadas de sus ideas como pueda ser yo mismo.
Algunas tentaciones de solución a las que se puede apuntar en momentos tan convulsos como estos no son precisamente tranquilizadoras.
Se impone, incluso en situaciones tan graves, una calma y una reflexión honda y tranquila, que no debe excluir ninguna solución -y mucho menos la del castigo de los culpables- pero que no debe desplomarse por el precipicio de los instintos y de las primeras ocurrencias.
Sigo pensando -ahí está mi repetición- que lo interesante no son los hechos, con ser estos tan graves, sino las causas que han dado lugar y que han propiciado que estos se produzcan. En su análisis sereno y razonado se hallarán las soluciones más duraderas, se propondrán las normas más claras y se evitarán -hasta donde esto sea posible- que se repitan los hechos en el futuro. Los ¿presuntos? choriceos de la cúpula del PP que ahora ocupan tanto, y con razón, se han producido en unas circunstancias determinadas, después de unos procesos largos y como consecuencia de unas situaciones determinadas que los explican, aunque no los justifican.
Yo no soy representante público aunque no oculto mi condición de persona de izquierdas. No soy precisamente sospechoso de mi manera de pensar ni de manifestarme normalmente a favor de los partidos que defienden estas tendencias de izquierda. Pero esto importa poco; lo que realmente interesa es dar con alguna clave que nos ayude a todos a que sucesos tan bochornosos no aparezcan nunca más. O al menos pocas veces y en menores proporciones.
Aspiro al sentido común y a la buena voluntad como conducta y forma de vida. Que esos que se dicen más sesudos y enseñan el título de analistas -como si los demás nos chupáramos el dedo- se manifiesten, que se reúnan y piensen, que ofrezcan a la comunidad razones y fórmulas de corrección para que la convivencia se haga un poco más respirable.
Como aspiro al sentido común, me atrevo humildemente a proponer algún punto del orden del día para la reunión de ese sanedrín de sabios y analistas:
a) ¿Es que no se puede mejorar la democracia interna de los partidos?
b) ¿No se puede poner coto temporal a los cargos públicos?
c) ¿Es tan escandaloso que un ministro se vaya a la agrupación de su pueblo y allí sirva de portero de la misma? Que cambie de actividad y ayude a su partido y a las ideas del mismo. ¿No dicen siempre que están a disposición de lo que les pida el partido?
d) ¿Es verdad o no que, en las organizaciones políticas -en las dictaduras ya ni lo miramos- se cultiva el culto al líder en todos los niveles y eso impide que se expresen las discrepancias con normalidad, así como que los mejores accedan a los cargos más sobresalientes?
e) ¿Los comités de listas se lo guisan y se lo comen entre ellos?
f) ¿Todos los representantes públicos declaran ante sus militantes los dineros que perciben por todos los conceptos? Quiero decir ante TODOS los militantes.
g) ¿Son públicos, en TODOS los niveles de la administración, los sueldos ÍNTEGROS de todos los cargos?
h) Se puede poner coto, y sobre todo transparencia, a las donaciones anónimas a los partidos?
i) ¿Por qué no son públicas esas donaciones?
j) ¿Por qué la derecha política pone siempre muchísimas más pegas a las incompatibilidades?
Este decálogo se puede ampliar muy sencillamente si pensamos en otras variantes de la función pública. Cada uno lo puede aumentar según crea. Y analizar, claro. En todo caso, sería esta una forma de pensar en las causas y no solo en las consecuencias. Las consecuencias son más espectaculares porque se visualizan, se dan en el presente y atizan más el morbo. Las causas son de todo tiempo, son menos espectaculares pero más eficientes y duraderas.
Y, a pesar de todo, a cada individuo hay que pedirle que se sobreponga a las circunstancias, que cumpla con la ley y se atenga a las consecuencias de su incumplimiento, que actúe según unas buenas prácticas y que dé ejemplo. Pero no olvidemos que somos lo que somos, y que andar en buen camino no es lo mismo que subir y bajar por pedregales o moverse entre cienos y lodazales. Pues eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario