martes, 25 de junio de 2013

POR LAS ESCUELAS DE ESPAÑA


En un período más de horas que de días, se me almacenan elementos que tienen que ver con la educación. Otra vez la educación.
El primero es un montaje audiovisual que recuerda los componentes de la antigua escuela, aquella que me tocó vivir sobre todo en los primeros años de mi pueblo natal: el edificio en planta única, el numeroso grupo de alumnos separados por sexo, la disposición del aula, la pizarra en la pared, la cruz y las dos fotos de los dos personajes presidiéndolo todo, el tintero y la esquila como elementos esenciales de la mesa del maestro (iba a escribir profesor), la estufa y las latas como calefacciones central y particulares, los mapas de España con sus provincias y sus productos más representativos, las cartillas y las enciclopedias Álvarez de diversos grados, el catón, el catecismo, las huchas, el cabás, el globo terráqueo, el pizarrín y la goma, las pinturas Alpino para el que tenía posibles, los aros, la peonza, las canicas, el tirachinas… Y siempre todo el futuro por delante y a las espaldas, con el infinito por frontera y sin señales del tiempo y del espacio.
El segundo es el relato que Luis Bello, en los principios del pasado siglo (entre 1915 y 1920), hace en su “Viaje por las escuelas de España”. Paso a paso y metro a metro, va recorriendo las instalaciones educativas de educación primaria de España y de ellas va dando noticia nada menos que en un trabajo voluminoso que abarca cuatro gruesos tomos y más de mil doscientas páginas. Se trata de un almacén de sensaciones de un enamorado de la educación y de un convencido más de que el aspecto educativo y su desarrollo resultan fundamentales en el progreso de cualquier comunidad. El lector puede detenerse en el apartado que más cercano le resulte. Por ejemplo, de mi entorno recoge impresiones de Candelario y Béjar. Algunas de las palabras que le dedica a esta ciudad estrecha son estas: “EL ENIGMA DE BÉJAR: A caballo en su cerro de piedra, Béjar aguarda con inquietud algún peregrino milagroso capaz de decirle si, desde ahora, será definitivamente una gran ciudad de nuestros días o quedará solo como vestigio pálido de la grandeza pasada. Para contestar, no siendo zahorí, es preciso mirar al río. ¿Andan las fábricas? Pues ya empieza a marchar la ciudad. ¿Siguen paradas? Pues las cosas antiguas bastan (…)
Según sea la respuesta, así diremos quién tiene razón en la polémica de Béjar sobre el emplazamiento de las nuevas escuelas. El edificio, más suntuoso que todos los que llevamos vistos, se alza a un extremo de la ciudad. En la calle céntrica, tendida de un cabo a otro, como la espina dorsal del gran plesiosauro berroqueño, está lo más rico y lo más pobre de Béjar: el barrio aristocrático y el barrio obrero. Las escuelas nuevas, junto a la vieja iglesia medieval y el torreón de las murallas, han ido a buscar, no solo el paraje, sino también el vecindario más extremo. Para llegar a ellas sobre el cabo opuesto, los niños deberán andar un kilómetro. ¡Pero si todos los problemas de Béjar fueran tan fáciles de resolver como este! El barrio rico ya se hará otras, además de las que tiene, y si la ciudad vuelve a crecer, no le faltarán recursos para construir locales nuevos. Así plantea Béjar sus conflictos: “!O todo o nada!” Las abejas del escudo no piden más sino que las dejen trabajar”. Y sigue con la descripción.
El tercero es el asunto de las traídas y llevadas Becas del Estado y la actuación del ministro señor Wert. ¡Lo que hay que wert! Parece que el artista anda pensando en dar marcha atrás en sus planteamientos. Tal vez porque sus declaraciones grandilocuentes siempre dan pie a poner de manifiesto las trampas de su ideología. Porque es ideología lo que vende; claro que lo es. Y no seré yo quien se lo critique, porque siempre he defendido que hay que plasmar en las leyes lo que se derive de la ideología correspondiente. Es más, estoy seguro de que cree firmemente en lo que dice y hace. Contra lo que hay que luchar con la palabra no es solo, ni sobre todo, contra el señor Wert sino con la ideología que defiende, esa que separa siempre ricos y pobres, listos y torpes, vencedores y vencidos, jefes y subordinados…, en un sálvese quien pueda y en un mejore usted la especie que así se acaban las dificultades. Y eso que, si yo tuviera que opinar en extenso, lo haría con matices y defendiendo la exigencia en la enseñanza y en la educación; pero para todos en igualdad de condiciones y no de esta manera tan tramposa.  

Y todo esto en los días en los que se termina el curso y ese mundo se marcha a descansar y desconecta de una manera que me parece absolutamente de locos. Como si esto fuera una carrera de vallas y al saltarlas las miráramos con desprecio y las mandáramos enseguida al olvido. Como si la enseñanza y la educación no fueran un placer en el descubrimiento continuo de las cosas ¡Hasta septiembre u octubre! ¡Qué barbaridad!

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