A veces, en algunos tiempos muertos, releo páginas de mis composiciones, que guardo debidamente ordenadas. Lo hago sobre todo para revivir algunas sensaciones y para ver en qué andaba ocupada mi mente por aquellos días. Hoy he descubierto un poema de tono social escrito hace ya siete años. Como creo que se refiere a algo totalmente actual y no lo había dado a conocer en esta ventana, lo copio aquí de nuevo.
PÁGINAS DE SOCIEDAD
Son muchos los ancianos
que viven en España:
más de siete millones
según las más solventes estadísticas.
De esos diete millones, más de uno
comparte habitación con las paredes
-no es mala compañía-
y con la voz impúdica
de algún programa rosa de la tele.
Lo demás es silencio,
en suma, eso que siempre
llamamos soledad.
La caja tonta ofrece
imágenes desnudas
de venus en el mar Mediterráneo,
saliendo de las aguas,
con sus cuerpos dorados
(a poder ser de no más de treinta años),
o deja ver desfiles de muchachas
de talla treinta y seis.
A veces esta gente, los ancianos,
se mueren sin remedio.
Qué desconsiderados: ni siquiera
avisan a las pompas funerarias.
Luego huelen sus cuerpos
y hay que ponerse máscaras
al practicar la autopsia,
mientras aguardan fuera, circunspectos,
los deudos que han llegado de la playa
y que, mira por dónde,
tenían apartamento reservado
hasta final de mes.
Y es que llegar a anciano es cosa seria,
y habría que pensárselo dos veces,
pues no ser altamente productivo
no encaja fácilmente en los registros
y estropea las cuentas
que exige el gran sistema occidental.
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