jueves, 20 de junio de 2013

UNA IMAGINACIÓN DE CUENTO

Asistí esta mañana a la entrega de premios de un concurso literario para niños convocado por el colegio María Díaz. Hace escasos días habíamos fallado este concurso después de una larga tarde de lectura y de intercambio entre tres profesores del citado colegio y yo mismo.
Me satisface y me llena de alegría ver que aún quedan reductos en los que se promociona la lectura y la escritura con el señuelo de premios, de menciones y de reparto de regalos para todos.
Siempre que asisto a un acto de este tipo se me reaparecen un par de consideraciones que tienen que ver conmigo mismo y con la ciudad estrecha en la que vivo.
Este concurso es de promoción privada y son los profesores los que se buscan la vida para participaciones y para regalos. Esta mañana estaban todos los niños y todos los profesores (tan solo habían dejado a los más pequeñines en las aulas porque no parece que el acto fuera adecuado a su edad). La promoción y la participación habían llegado a todos los colegios de la ciudad y de la comarca. De hecho, los premios también estaban repartidos entre alumnos de diversos centros y lugares. Se leyeron los cuentos ganadores. Los niños atendieron razonablemente bien y tuve la impresión de que todos salieron contentos y dispuestos a participar en próximas ocasiones. Y, en medio de la lectura, oh milagro, una chica joven traducía al lenguaje de sordomudos todo lo que allí se decía. Un niño recibía atento las señales y yo me emocionaba con lo que veía. El ayuntamiento tan solo había cedido el local para la entrega. ¿Dónde estaba en empuje de la concejalía de cultura? No se necesita apenas dinero, solo ilusión y algo de imaginación para promocionar la participación en la cultura y ahormar un premio con participación general de todos los niños. Pero es que hay la escala de valores que hay y a ella nos tenemos que atener. Por parte del ayuntamiento y por parte de toda la sociedad.
La segunda consideración me resulta más personal y más dolorosa aún. Vuelvo la vista atrás y me avergüenzo -una vez más- de lo escaso de las actividades culturales y específicamente literarias que se llevaron a cabo en mi instituto. Seguro que una parte de culpa me la tenga que atribuir a mí mismo. Es posible. Pero, a poco que se rastree, se verá que mi nombre anda en las iniciativas y en las realizaciones conseguidas, que realizamos algunos talleres de creación, por ejemplo, y conseguimos la publicación de tres libritos de participación colectiva; que la revista, más mal que bien, terminaba componiéndose cada curso con el impulso sobre todo de mis alumnos y con mi propia participación; que los recitales los preparaba yo… Y anoto estos asuntos no por ningún mérito personal: era mi trabajo y era mi vocación. Lo hago por el erial departamental en el que casi siempre me sentí, por la sequedad que me transmitía el contexto más próximo y por la ceguera que creí notar cada vez que quería abrir los ojos a mi alrededor. Tampoco estoy del todo seguro de que en otros centros el asunto fuera mucho mejor. Poco me importa: me sentía entonces mal, y me siento ahora igual de mal al recordarlo. Y no concretaré más, que ya lo he hecho para el buen entendedor.
Si solo prestamos atención al PIB y al POB, estaremos creando una sociedad de tontos útiles solamente. Útiles para quienes son útiles, por supuesto, y no precisamente para esos tontos.
Me invitaron a saludar en público a todos los chicos. Apenas les desbrocé esta idea: “Os podrán quitar todo, os podrán manipular casi cualquier cosa, querrán conduciros por donde mejor les convenga…, todo está en peligro si no andáis alerta. Pero hay algo intocable, algo que nadie jamás podrá robaros, algo que os pertenece de manera personal e intransferible, algo que os hará dioses si queréis y esclavos si lo deseáis… Es la imaginación, vuestra imaginación. Explotadla, cultivadla y vivid a partir de ella”.
Creo que lo entendieron, a pesar de su corta edad. Y me vine contento para casa pensando en ellos, en el colegio y en todos los niños. Después le saqué punta y… ya veis.

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