Esta amplia península que, siempre que la veo en un mapamundi, la imagino encajada en el noreste de los Astados Unidos, de donde se desencajaría vete a saber cómo y cuándo, está, a día de hoy, separada del norte de África por un estrecho muy estrecho, tal vez minado en su suelo y lleno de restos de barcos y de huesos de personas que hayan intentado cruzar a nado las dos orillas. Eso de la historia de la conquista de España por los árabes no es más que un episodio más en la larga carrera de los baños y de los pasos en barca, en una tabla cualquiera o simplemente a nado.
Hoy el asunto anda más fácil. O más difícil, según se mire, porque lo que no expulsan las aguas lo hace ir al fondo cualquier disparo de los vigilantes de la playa. El caso es que tenemos las dos orillas inundadas de ciudadanos de las dos latitudes que se mezclan o se enfrentan según los casos, o que se dan la espalda, como si mirarse de frente y con confianza resultara sencillamente imposible.
Todo lo que se refiere al mundo musulmán nos llega a los occidentalitos de a pie a través de lo que nos regalan los medios de comunicación y, en estos pagos del sur del viejo continente, con lo que ya casi a diario podemos ver por nuestras calles y plazas.
En los últimos meses, además de todas esas imágenes, seleccionadas vete a saber con qué criterios, he tenido oportunidad de acercarme al mundo musulmán a través de tres medios complementarios. Mi visión aún sigue siendo parcial, pero creo que ahora es un poco más fiel y aproximada a lo que realmente late en ese mundo tan amplio como complejo. Alguna vez me he atrevido a decir que, para el siglo XXI, las dos dificultades principales iban a ser el agua y el islam. No he cambiado mucho de opinión. Desgraciadamente.
Las tres fuentes en las que he bebido en estas últimas fechas han sido muy distintas. Una de base absolutamente religiosa: la lectura íntegra del Corán. La segunda ha sido la lectura del libro “La revolución europea. Cómo el islam ha cambiado el viejo continente”, Christopher Caldwell. La tercera ha sido el libro “Yo muero hoy. Las revuelta en el mundo árabe”, Olga Rodríguez. Bastantes más de mil páginas en total.
Creo que algo he dejado dicho en esta ventana de los dos primeros. El primero es el libro sagrado de más de mil millones de personas; el segundo ofrece una visión muy negativa de la influencia que los emigrantes árabes ejercen en Europa, y el tercero es casi una crónica de urgencia y de primera mano de una periodista joven que ha vivido en directo la llamada primavera árabe, y que ha dictado una crónica escrita casi con las tripas en la mano.
De modo que tres patas para un banco: la base religiosa y dos visiones totalmente contrarias de la realidad musulmana.
Para un lector occidental como yo, que tengo referencias casi siempre indirectas con personas árabes (algunas son directas y no son malas), ese mundo se presenta como una amalgama en la que no veo la solución casi por ningún sitio.
Me parece que, para empezar, si los elementos religiosos no se humanizan un poco y se racionalizan (que alguien me diga cómo se hace eso sin entrar en contradicción), ese mundo no puede avanzar por la senda de la modernidad ni del progreso. Y mucho menos de la justicia. De modo que a ver si se ponen de acuerdo y hacen algo comprensible todo eso del profeta, de la guerra contra el infiel, de la fe por encima de la razón, de la función de las mujeres o del sometimiento de la ley positiva a los intereses religiosos interpretados por unos elegidos sin control.
Sobre el sustrato de la religión, se asientan todos los otros elementos de vida real y de estructuras sociales, políticas y económicas que conocemos y que nos presentan un cuadro general en ese mundo de unas desigualdades absolutamente insultantes y unos atrasos históricos que nos sitúan en la Edad Media para nosotros si pensamos en la sociedad general y no en esos exponentes arquitectónicos o de lujos personales que solo ocupan a unos cuantos mientras que el resto se muere de hambre y de incultura.
Nada de ello sería posible sin la superestructura internacional en la que destacan tres o cuatro grandes potencias que mueven todos los hilos y que mantienen la élites opresoras en esos países. A la cabeza de todas, USA, cuyos servicios secretos, subvenciones, sobornos e intereses comerciales marcan la pauta y deciden cambios o continuaciones a su antojo. Las estructuras coloniales del pasado siglo esclarecen también muchas cosas.
Y, en medio de toda esa tormenta, la gente normal, se conformaría con tener algo que llevarse a la boca y que nada tienen que ver con las imágenes que a diario nos proyectan los medios.
La joven y comprometida periodista Olga Rodríguez cuenta de primera mano y en forma de crónica mucho de lo sucedido a diario en las calles de las ciudades del norte de África. Conocedora directa y amiga de muchos de los principales insurgentes, traslada en sus páginas la existencia de esa rabia que se vierte en las calles y en las plazas, muchas veces desde la indignación individual y con los medios de convocatoria más rudimentarios. Tal es el grado de carencia y de indignación que, casi sin esperarlo, se encuentran en la plaza con miles de personas que quieren explotar en común el malestar que les invade el cuerpo y la emoción.
Las primaveras árabes tienen en su eje a personas que simplemente no pueden más y se echan a la calle. Después, en pocas horas, las plazas se llenan y la atmósfera se hincha de humores y de entusiasmos que esperaban irse al aire y a las voces compartidas.
Hossam el-Hamalawy, Lilian Wagdy, Mona Seif, Alaa, Wael Abbas, Nora Yunis, Ahmed el-Masry, Aida Seif, Hossam Shukralleh, Jaled Said… son solo nombres que se han multiplicado por muchos miles en Egipto, en Túnez, en Libia, en Siria y en otros países de religión musulmana del norte de África y del Oriente Medio. Algún fuego ha prendido en todas esas regiones que no sé si no va a guardar ya para siempre un rescoldo dispuesto a reavivarse en cualquier momento.
Frente a ello y sus escasos medios, por desgracia, se siguen moviendo los lastres de la religión y de los poderes casi infinitos de esas minorías establecidas desde siempre, en el mundo árabe y fuera de él. La realidad no es demasiado halagüeña a la vista de cómo se van desarrollando los acontecimientos. Los llamados genéricamente Hermanos Musulmanes en realidad nunca han estado al frente de ningún cambio significativo y su acumulación de poder implica un retroceso que a muchos hace pensar si no sería mejor quedarse en Guatemala antes de caer…
Un mundo muy complejo este de los países árabes y de la religión musulmana como base y superestructura. Tampoco desde el mundo occidental les ofrecemos ejemplos que les puedan entusiasmar. La mejor prueba es de qué manera los más extremistas nos rechazan con cualquier método.
Cada día me convence un poquito más un esquema de vida en el que el principio del sentido común, resultado de la racionalidad entendida como un esfuerzo por encontrar algunos principios de convivencia razonables, se suma a la buena voluntad para todos los casos en los que ese sentido común se dé cuenta de que la razón no alcanza todo y de que la convivencia exige serenidad y cesión por parte de todos. Claro que, para ello, debemos admitir que la persona, por el hecho de serlo, es igual a todos sus semejantes, y tiene los mismos derechos y los mismos deberes. Y esto ya anda complicado. Ufffffffffffffff
No hay comentarios:
Publicar un comentario