viernes, 14 de junio de 2013

UN GUION DE REYES MAGOS

Eso que llaman novela histórica anda siempre rondando y asomándose al borde de los anaqueles y de los escaparates, como en una invitación continua al cógeme y léeme, como si fuera un placebo para rellenar tardes y ratos del tiempo perdido, ese que se pierde quieras o no quieras pero que nos empeñamos en que de algunas maneras parezca que le damos como cuerpo y consistencia, como si el final fuera a ser otro distinto del prefijado.
Si a esa novela la tintas con elementos religiosos y tratas de fundamentarla en chismes de carácter extraño y oblicuamente evangélico, el asunto suele funcionar muy bien y las páginas se compran y se leen como rosquillas. Al fin y al cabo, seguimos empeñados en dar carta de naturaleza a aquello que se nos va de las manos en brazos del tiempo y del espacio y que se desploma más allá del horizonte, en cualquier atardecer decorado tal vez con telas barrocas propias del mejor espectáculo.
De todas las fuentes bíblicas no sé si no sería de las mejores aquella que mana olores y colores de los reyes magos. Tengo para mí que se desgrana este asunto en tantas variantes que el autor que lo encarara se perdería en un cuerpo de no menos de 500 páginas, sin contar los agradecimientos ni las aclaraciones con dibujos y grabados, que tan socorridos resultan últimamente.
Por ejemplo, se podría bucear en el origen geográfico de los coronados. Y en esta variable caben todas las posibilidades. Ya se sabe que entre las más próximas a la pureza formal vaticana está aquella que los hace caminar nada menos que desde los extremos de Europa, exactamente desde las costas gaditanas. Pero vete a saber qué impide colocarlos en camino desde lo más profundo de la India o desde las faldas frías del Everest, o incluso desde cualquier lugar del otro lado del charco. Aunque, dándole vuelos al asunto, traerlos desde alguna galaxia lejana los pondría más al día y los actualizaría que no veas.
¿Y qué decir del camino hasta Belén? Porque no es lo mismo ir costeando que pasando sed por los desiertos, ni traspasar ciudades que aterrizar en lugar público o privado y descender de una nave majestuosa ella y en forma de hongo. Y las distancias, claro, las distancias. Sobre todo si hay que andarlas en camellos, o se nos estropea la nave. Anda que no da eso para que la imaginación no se despliegue.
¿Y qué seguían? Una estrella. Vete a saber. ¿Y por qué no un OVNI? Claro que todo esto hay que ordenarlo un poco porque seguir, por ejemplo, un OVNI con un camello… Vamos, no me digas, pobres camellos.
Y todo ello dando por bueno que fueran tres los susodichos reyes magos, porque no está nada claro esto del número. De hecho hay apuntes y fuentes para todo tipo de cuadrilla: tres, seis, doce. Es verdad que son más manejables tres que seis, pero dan mucho más juego seis que tres. Por ejemplo haciéndolos salir desde distintos lugares a cada uno de ellos. ¿En qué lugar confluirían para comerse la primera merienda juntos? ¿Habrían quedado ya por móvil o por facebook? Para esta gente todo es posible; y mucho más en misión divina. ¿Qué se contarían al verse?
Tampoco es asunto baladí eso del rey de color negro. Esto de quedarse en minoría étnica el negro no está tan claro ni cumple lo políticamente correcto en estos tiempos. ¿Por qué no poner uno de cada raza? O uno del color arco iris. Por ejemplo el que viniera del espacio exterior. Huy, esto no se puede despachar así como así, que luego puede haber protestas y la distribución del libro se resentiría.
¿Y aquello de la degollina de los niños por cuenta de Herodes? Es que vaya una manera de irse de la lengua estos extraños reyes en el palacio de Herodes. Por su culpa se produjo una degollina terrible. Este se podría dulcificar de alguna manera, de forma que en la mente de los padres no quedara para siempre esa imagen de acusicas y en los niños esa imagen de miedo, como si les pudiera tocar a ellos también. Es más, en este ambiente de miedo no sé si no se resentirá también el cupo de regalos del 6 de enero. Y todo ello dependiendo de la fecha exacta en la que los coloquemos cerca del portal porque, o las cuentas no salen, o eso de matar a todos los niños menores de dos años parece indicar que cualquier medio de transporte andaba retrasado ya entonces y los reyes llegaron cuando el buey y la mula ya andaban pastando por los prados después de cumplida su función de alentar en el pesebre.
¿Y la adoración, eh? ¿Y la adoración? Porque esto del pesebre con varios coronados en la cola no es fácil de escenificar ni de visualizar. Que son varios y todos traen séquito. Y ninguno está acostumbrado a las estrecheces. De hecho, mira qué regalos tan cumplidos le traen al niño. ¿Y varios reyes en un pueblo pequeño? Qué jaleo y qué revolución entre las gentes. Ordenar todo esto no debe de resultar sencillo, no. Qué va, ni mucho menos: intendencia, seguridad ciudadana, alojamientos para personas y para animales… Vaya lío. Y sin saber para cuánto tiempo son las reservas, porque unos reyes tienen que descansar al menos unos días antes de la vuelta.
La vuelta, ¿hacia dónde?, ¿de qué manera? Otra vez vuelta a la imaginación y a las posibilidades diversas. De aquí salen varias novelas y varias películas. Un éxito total de ventas en todos los países. Y algún óscar de esos de Hollywood.
Por cierto en la biblia esto se cita casi de pasada en Mateo y en alguno de los evangelios apócrifos. No importa, así hacemos más a nuestro antojo otro cuarto u otro quinto milenio. Al que lo intente yo le animo a que deje a los reyes magos de vuelta juntos y en un lugar en el que sus restos comiencen otro ciclo de alucinaciones y de entretenimientos.
Al fin y al cabo, en algo hay que emplear el tiempo para matarlo y para matarnos nosotros con él. Algo así como lo que llevo haciendo desde hace un rato esta mañana calurosa de junio en un vaivén sin causa de mi mente y de mi reloj. Quizás para convencerme un poco más de que desde cualquier tontería se puede tejer toda una serie de secuencias y de pequeños hitos, señuelos de ilusiones y de espejismos.
Ah, y todo esto si es que no son los padres, porque yo cada año lo tengo menos claro. Vale.

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