jueves, 13 de junio de 2013

REPOSABA DON QUIJOTE...


Tengo atrasadas algunas sensaciones que debería anotar en esta ventana casi diaria porque, si no lo hago, se marcharán al aire y se harán nada en poco tiempo, dejándome la pregunta sobrecogedora aquella del fin de las cosas: “Cuando el amor se acaba, ¿sabes tú dónde va?”.
Una de ellas es la de la imagen del caballero y del escudero a los que, de nuevo -y van…- he dejado encerrados, a uno en su sepultura y al otro en su casa gastándose los escudos sobrantes de sus correrías y soñando con la ínsula mejorada en la que ejercer con el mismo brío pero con mejor resultado económico y corporal.
Tengo anotadas cinco lecturas en los cinco últimos años, desde la última edición de las varias que poseo del inmortal libro del caballero don Quijote. Antes no sé cuántas veces lo habría leído ya. Tampoco sé si lo volveré a desempolvar alguna vez más o se quedará mirándome desde alguno de los lugares en los que descansan las ediciones que poseo. Creo que de esta obra ya conozco muchas cosas y estoy seguro de que sigo desconociendo muchas más. Cada lectura es un cúmulo de verdades y un rocío de emociones nuevas o cargadas con distintos matices. Siempre llueve paro nunca de la misma manera. Y yo sigo acercándome al libro con la misma devoción y eso me enriquece y enriquece la lectura.
Seguramente es verdad que lo que siempre se cuenta es lo más duradero y esencial: esas posturas ante la vida, complementarias entre los dos personajes fundamentales de la obra; esa enseñanza y esa certeza de que todos somos un poco la suma de lo inmediato y del ideal a largo plazo, del egoísmo y del desprendimiento, de la obcecación y de la sensatez, de lo singular y de lo plural, del futuro y del presente.
Pero a mí, desde hace muchas lecturas, me viene interesando más la manera en que se concretan esas sensaciones y esas verdades; y me entusiasma la manera en la que el autor -cada día tengo menos claro con qué grado de consciencia o de inconsciencia- va glosando y va dando cuerpo a estas ideas. Porque sigo pensando que en el Quijote está absolutamente todo, que representa un almacén en el que todo se acumula y se conserva para el que quiera ir a buscarlo. Y estoy seguro, además, de que todo lo presenta con un tono tan burlón e irónico, que es casi imposible no dejarse llevar por el camino que el escritor quiere, hasta incluso dejarse ablandar y llegar a justificar, y hasta a divertirse, con los aparentemente injustificables desajustes que en la novela se producen.
Quédese don Quijote dormido, que su muerte no es posible, aunque Cide Amete Benengeli y su amanuense Cervantes dicen que “entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió”. Quédese Sancho haciendo pucheros ante su amo desfallecido. Y queden los familiares y amigos de don Quijote satisfechos con su aparente retorno a la cordura.
Ninguno de ellos puede atajar la sangría de entusiasmos y de empujes que sigue produciendo en sus lectores y en todos los que desde entonces encuentran -encontramos- ejemplos sin fin para poner los pies en la vida y no llenarlos de fango con cada paso. Y poco importa que andemos con paso de fiesta o con camino de seriedad. Para todo hay remedio en el libro inmortal.
De modo que le daremos tal vez un año de reposo -ese que deberíamos dedicar a la labor pastoril que ahora él y sus allegados no pueden ejercer- para resucitarlo de nuevo y volver a la correrías y a convertirlo y convertirnos en caballeros de esos “que a las aventuras van”.
No sé si no será demasiado tiempo.  

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