Me apena ver de nuevo cómo se
manipulan sin tino los sentimientos de la gente, sobre todo cuando se hace
desde instancias públicas y desde bocas y mentes de personas que teóricamente
deberían estar asentadas y en su sitio. Y que se llevan un pastón cada mes por
ejercer de listos. El asunto al que ahora se aplica este desconcierto tiene una
extensión pública importante, pero el razonamiento sirve de igual manera para
cualquiera otra situación.
Anda el país revuelto con el
asunto de la llamada Doctrina Parot y su anulación por parte del Tribunal
Europeo de Derechos Humanos, todo el mundo se manifiesta y se alborota. Creo
que no todos lo hacen con la misma mesura y racionalidad. En el fondo andan los
sentimientos de las víctimas del terrorismo y los de otras víctimas que han
sufrido muy de cerca las garras del asesinato.
Hay cosas que son elementales,
pero, por si acaso, son muchas las personas que han dedicado muchas horas de
esfuerzos mentales a solucionar racionalmente estos asuntos. Y se les atiende
muy poco, tal vez porque la reflexión no está de moda y produce escasos
dividendos, de los del dinero y de los de la aquiescencia social.
Tal vez ni siquiera haya que ser
demasiado listo para concluir alguna cosa fundamental.
En el fondo, el TEDH no ha hecho
otra cosa que recordar y aplicar el principio general del derecho que indica lo
negativo de aplicar la retroactividad de las normas, salvo en caso de beneficio
para el reo. Cualquiera que lea lo sabe y hasta lo acepta. No podemos aplicar
ahora el código de hace un siglo: no avanzaríamos nunca. Es tan sencillo como
eso, tan elemental, tan de cajón.
Los familiares de las víctimas
aplicarán a los asesinos toda clase de improperios. Yo también. Supongo que
casi todo el mundo hará otro tanto. Eso no se discute, salvo si, como parece el
caso, se deja uno llevar solo por los sentimientos, o, lo que es peor, por
otros intereses menos confesables.
Y, en cuanto se desborda el jarrón
de los sentimientos, la razón se oscurece y salen a la luz todas las tonterías
que andan escondidas y que solo responden al instinto y al impulso. La
mediocridad y la infamia se abren paso y todo se adultera y se tergiversa.
El esquema es tan viejo en este
país, que ya casi huele a ajo: los familiares merecen todo el respeto y
consideración (como lo merece el dolor de cualquiera otra persona que ha
perdido un familiar en condiciones irracionales); los familiares no pueden
guiar la política de un país; los seres humanos necesitan ceder en sus derechos
para la convivencia: en ese momento es cuando aparece el derecho y aparecen los
códigos; la ley hay que aplicarla siempre y para todos (dura lex, sed lex)
aunque su interpretación tiene que ser siempre generosa para todos los
implicados; la mejor garantía de éxito de la comunidad es precisamente la
aplicación de la ley frente a los que se la han saltado: ese es el gran triunfo
de la colectividad frente a los asesinos, que seguirán siendo asesinos de por
vida y cargarán en su conciencia con ese peso infinito; el ser humano tiene
como primer referente sus impresiones y sus sentimientos ante ellas, pero tiene
que subir el peldaño de la racionalización de las mismas: ahí es donde nacen
una ética y una moral potentes y duraderas.
Sobre estos elementos conviene
aplicar otros, ya de carácter más particular: el sentido del perdón, el hecho
de que no se trata ni siquiera de una amnistía: todos llevaban muchos años
privados de libertad…
Los hechos particulares que
inventan teorías conspiratorias y de connivencia, el linchamiento personal de
algún político o juez o los enfrentamientos de algunos opinadores, propios más
de animales que de personas, ya quedan casi en el inframundo de la razón y de
la inteligencia.
Otra vez sigue siendo este el país
de todas las peores historias. Y también aquí hay gente buena e inteligente. No
lo merece esta piel de toro ni lo merecen los lidiadores de a pie.
2 comentarios:
En este caso no puedo darte la razón Antonio, el sentimiento me puede...como le puede a un montón de personas racionales que no entiende que tantos asesinatos ya juzgados y sentenciados en jurisprudencia democrática... con miles de años de cárcel, se conviertan por arte de magia en dieciocho años mal contados para liberar asesinos que nunca demostraron arrepentimiento y que seguramente volverán, a asesinar.
Yo creo que, en realidad, la razón ni se da ni se quita, más bien se tiene o no se tiene. Y comprenderás que a mi también me repugna cualquier asesinato.
Un abrazo.
Antonio
Publicar un comentario