viernes, 23 de mayo de 2014

FILÓSOFOS, SOFISTAS ET ALII


Sofisma, sofista, sofistería, sofisticación, sofisticado, sofísticamente, sofisticar, sofístico… son parientes próximos de una familia de palabras que nos transporta a una realidad en la Grecia del siglo V a. C. Al mundo de los SOFISTAS. La estrechez académica ha nombrado como típicos sofistas a Protágoras, Gorgias, Licofrón, Hipias, Antifonte, Critias…, pero la relación es confusa pues muchos otros filósofos practican rasgos considerados propios de los sofistas, aunque sea parcialmente. De ellos se afirma que son los primeros que cobraron por sus servicios, que consistían en concebir y enseñar argumentos válidos para el logro de la virtud a través de la palabra, como modo de excelencia o superioridad en el ámbito social. Sus campos de actuación se centraban sobre todo en la política y en la organización social. En alguna medida son los primeros profesionales de la sabiduría, a la que se aproximaban, no como autónoma y separada de su uso, sino mirando siempre el lado de su práctica y de su utilidad. Tal vez por eso no consiguieron las  mejores consideraciones intelectuales y, a lo largo de la Historia, las connotaciones de la palabra sofista se han ido cargando de negatividad, hasta el punto de aproximar su imagen a la de los embaucadores. Mala suerte la suya. Platón, en el Sofista, decía de ellos lo siguiente: “En primer lugar, resultó ser un cazador a sueldo de jóvenes pudientes. En segundo lugar, alguien que comercia con las ciencias del alma. En tercer lugar, ¿no se ha revelado como un detallista de las mismas materias? En cuarto lugar, alguien que nos ofrece en venta los productos de su invención para la enseñanza de las ciencias. Y en quinto lugar, una especie de atleta de la competición de discursos que se ha apropiado del arte de la erística. El sexto punto es ciertamente discutible, sin embargo, acordamos concederle que es un purificador de las opiniones que suponen un obstáculo para los conocimientos sobre el alma.”
Mi consideración sobre ellos no es tan negativa como la que vulgarmente se les concede. Como sucede siempre, depende de la forma y del cristal con el que se mire todo.
Afirmaba Protágoras que “el hombre es medida de todas las cosas”. Menudo empujón a la reflexión y menuda patada a los dioses. Es verdad que enseguida nace, desde ese principio, un relativismo fundado en la diversidad humana y en la variedad de las percepciones, según la persona y sus circunstancias. Pero, a su lado, crece también la espiga de la diversidad, de la variedad, de las opiniones distintas, de la necesidad del respeto y de la comprensión, de la obligación de escuchar y de asumir parte de la verdad del otro, del valor del ser humano como poseedor de sensaciones y capacidad de tejer con esas sensaciones y razonar con ese tejido, de apertura social a todos, del valor de la palabra y del discurso como forma de convencimiento y de relación con el otro… Y todo esto suena a algo moderno, a algo próximo, a algo abierto, incluso a algo posmoderno.
Seguramente será verdad que conviene estar atentos a la falta de rigor de las palabras y de los discursos, a que es bueno ser conscientes de que toda palabra, incluso la más exacta, se instala siempre en el territorio de la pobreza y de la simple aproximación, o a que casi siempre es tanto o más lo que se calla como lo que se dice.
Observo en estos días los discursos que se trasladan a los ciudadanos por parte de los políticos que andan en el fragor de la campaña electoral. Y deduzco que necesitamos más sofistas, no para embaucar, sino para componer discursos trabados y lógicos, claros y relativamente precisos. O al menos que intenten esconder un poco las miserias mentales que se les escapan por todas partes en cuanto abren la boca. A alguno de barba blanca no le servirían ni las mejores clases de Protágoras, porque la escala de valores se puede disfrazar un poco, pero termina fluyendo por cualquier agujero hasta empaparlo todo.

Sofos es sabio; filósofo es el que ama la sabiduría; sofista el que la practica para sacarle provecho propio y común. Luego hay otros grados muchos más bajos y rastreros que lo inundan casi todo. Aunque los habiten gentes llenos de títulos y de dineros.

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