miércoles, 28 de mayo de 2014

PALABRAS PARA MEDITAR


Leer literatura filosófica se ha convertido, desde hace ya bastantes, años en uno de mis refugios favoritos. En ella encuentro solaz, en ella descubro maneras nobles de interpretar el misterio de la vida y en ella se me muestran fórmulas elaboradas razonadamente para una práctica vital más razonada y lógica. En el mundo del pensamiento (pensar vale como pesar y como sopesar), existen muy diversas maneras de entender ese sentido de la vida y de la existencia, pero todas tienen el sello de lo pensado, de la reflexión, de la razón y de la buena intención. “Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido.”
Por razones casi azarosas (sólo casi), en los últimos tiempos he dedicado más tiempo y páginas a la filosofía estoica. Tal vez lo he hecho por el contraste brutal que se establece entre los principios que rigen esta escuela de pensamiento y la frivolidad y la apariencia que creo observar en el mundo que me rodea, este mundo en el que solo parece importar la pasarela del dinero y de la celebridad, de la frase gruesa y de la estulticia, del vencimiento como única forma de reconocimiento social. Ya sé que, una vez más, es ir a contracorriente. Qué le vamos a hacer. Es la razón la que me empuja y su fuerza es mayor que todo lo demás.
Hoy recojo y me apunto a unas líneas de Marco Aurelio, aquel emperador romano del siglo II, dueño de todas las pasarelas posibles, al mando de todas las fuerzas imaginables, y que, sin embargo, opinaba de esta manera en sus Meditaciones, libro IX, parágrafos 28 a 32:
“Estas son las rotaciones del mundo, de arriba abajo, de siglo en siglo. Y, o bien la inteligencia del conjunto universal impulsa a cada uno, hecho que, si se da, debes acoger en su impulso; o bien de una sola vez dio el impulso, y lo restante se sigue por consecuencia… Pues, en cierto modo, son átomos o cosas indivisibles. Y, en suma, si hay Dios, todo va bien; si todo discurre por azar, no te dejes llevar también tú al azar.
Pronto nos cubrirá a todos la tierra, luego también ella se transformará y aquellas cosas se transformarán hasta el infinito y así sucesivamente. Conque, si se toma en consideración el oleaje de las transformaciones y alteraciones y su rapidez, se menospreciará todo lo mortal.
La causa del conjunto universal es un torrente impetuoso. Todo lo arrastra. ¡Cuán vulgares son esos hombrecillos que se dedican a los asuntos ciudadanos y, en su opinión, a la manera de filósofos! Llenos están de mocos. ¿Y entonces qué, buen amigo? Haz lo que ahora reclama la naturaleza. Emprende tu cometido, si se te permite, y no repares si alguien lo sabrá. No tengas esperanza en la constitución de Platón; antes bien, confórmate, si progresas en el mínimo detalle, y piensa que este resultado no es una insignificancia. Porque, ¿quién cambiará sus convicciones? Y excluyendo el cambio de convicción, ¿qué otra cosa existe sino esclavitud de gente que gime y que finge obedecer? (…) Sencilla y respetable es la misión de la filosofía. No me induzcas a la vanidad.
Contempla desde arriba innumerables rebaños, infinidad de ritos y todo tipo de travesía marítima en medio de tempestades y bonanza, diversidad de seres que nacen, conviven y se van. Reflexiona también sobre la vida por otros vivida tiempo ha, sobre la que vivirán con posterioridad a ti y sobre la que actualmente viven en los pueblos extranjeros; y cuántos hombres ni siquiera conocen tu nombre y cuántos lo olvidarán rapidísimamente y cuántos, que tal vez ahora te elogian, muy pronto te vituperarán; y cómo ni el recuerdo ni la fama, ni, en suma, ninguna otra cosa merece ser mencionada.
Imperturbabilidad con respecto a lo que acontece como resultado de una causa exterior y justicia en las cosas que se producen por una causa que de ti proviene. Es decir, instintos y acciones que desembocan en el mismo objetivo: obrar de acuerdo con el bien común, en la convicción de que esta tarea es acorde con la naturaleza.
Puedes acabar con muchas cosas superfluas, que se encuentran todas ellas en tu imaginación. Y conseguirás desde este momento un inmenso y amplio campo para ti, abarcando con el pensamiento todo el mundo, reflexionando sobre el tiempo infinito y pensando en la rápida transformación de cada cosa particular, cuán breve es el tiempo que separa el nacimiento de la disolución, cuán inmenso el periodo anterior al nacimiento y cuán ilimitado igualmente el periodo que seguirá a la disolución.”
¡Y era emperador en el mayor imperio clásico!

Mutatis mutandis, trasládese a estos comienzos del siglo XXI, tómese un respiro la acción, pásese ordenadamente a la contemplación, piénsese unos minutos y extráiganse las conclusiones oportunas. Yo sigo en ello.

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