Leer literatura filosófica se ha
convertido, desde hace ya bastantes, años en uno de mis refugios favoritos. En
ella encuentro solaz, en ella descubro maneras nobles de interpretar el
misterio de la vida y en ella se me muestran fórmulas elaboradas razonadamente
para una práctica vital más razonada y lógica. En el mundo del pensamiento
(pensar vale como pesar y como sopesar), existen muy diversas maneras de
entender ese sentido de la vida y de la existencia, pero todas tienen el sello
de lo pensado, de la reflexión, de la razón y de la buena intención. “Qué
descansada vida la del que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda
por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido.”
Por razones casi azarosas (sólo
casi), en los últimos tiempos he dedicado más tiempo y páginas a la filosofía
estoica. Tal vez lo he hecho por el contraste brutal que se establece entre los
principios que rigen esta escuela de pensamiento y la frivolidad y la
apariencia que creo observar en el mundo que me rodea, este mundo en el que
solo parece importar la pasarela del dinero y de la celebridad, de la frase
gruesa y de la estulticia, del vencimiento como única forma de reconocimiento
social. Ya sé que, una vez más, es ir a contracorriente. Qué le vamos a hacer.
Es la razón la que me empuja y su fuerza es mayor que todo lo demás.
Hoy recojo y me apunto a unas
líneas de Marco Aurelio, aquel emperador romano del siglo II, dueño de todas
las pasarelas posibles, al mando de todas las fuerzas imaginables, y que, sin
embargo, opinaba de esta manera en sus Meditaciones,
libro IX, parágrafos 28 a 32:
“Estas son las rotaciones del
mundo, de arriba abajo, de siglo en siglo. Y, o bien la inteligencia del
conjunto universal impulsa a cada uno, hecho que, si se da, debes acoger en su
impulso; o bien de una sola vez dio el impulso, y lo restante se sigue por
consecuencia… Pues, en cierto modo, son átomos o cosas indivisibles. Y, en
suma, si hay Dios, todo va bien; si todo discurre por azar, no te dejes llevar
también tú al azar.
Pronto nos cubrirá a todos la
tierra, luego también ella se transformará y aquellas cosas se transformarán
hasta el infinito y así sucesivamente. Conque, si se toma en consideración el
oleaje de las transformaciones y alteraciones y su rapidez, se menospreciará
todo lo mortal.
La causa del conjunto universal
es un torrente impetuoso. Todo lo arrastra. ¡Cuán vulgares son esos
hombrecillos que se dedican a los asuntos ciudadanos y, en su opinión, a la
manera de filósofos! Llenos están de mocos. ¿Y entonces qué, buen amigo? Haz lo
que ahora reclama la naturaleza. Emprende tu cometido, si se te permite, y no
repares si alguien lo sabrá. No tengas esperanza en la constitución de Platón;
antes bien, confórmate, si progresas en el mínimo detalle, y piensa que este
resultado no es una insignificancia. Porque, ¿quién cambiará sus convicciones?
Y excluyendo el cambio de convicción, ¿qué otra cosa existe sino esclavitud de
gente que gime y que finge obedecer? (…) Sencilla y respetable es la misión de
la filosofía. No me induzcas a la vanidad.
Contempla desde arriba
innumerables rebaños, infinidad de ritos y todo tipo de travesía marítima en
medio de tempestades y bonanza, diversidad de seres que nacen, conviven y se
van. Reflexiona también sobre la vida por otros vivida tiempo ha, sobre la que
vivirán con posterioridad a ti y sobre la que actualmente viven en los pueblos
extranjeros; y cuántos hombres ni siquiera conocen tu nombre y cuántos lo
olvidarán rapidísimamente y cuántos, que tal vez ahora te elogian, muy pronto
te vituperarán; y cómo ni el recuerdo ni la fama, ni, en suma, ninguna otra
cosa merece ser mencionada.
Imperturbabilidad con respecto a
lo que acontece como resultado de una causa exterior y justicia en las cosas
que se producen por una causa que de ti proviene. Es decir, instintos y
acciones que desembocan en el mismo objetivo: obrar de acuerdo con el bien
común, en la convicción de que esta tarea es acorde con la naturaleza.
Puedes acabar con muchas cosas
superfluas, que se encuentran todas ellas en tu imaginación. Y conseguirás
desde este momento un inmenso y amplio campo para ti, abarcando con el
pensamiento todo el mundo, reflexionando sobre el tiempo infinito y pensando en
la rápida transformación de cada cosa particular, cuán breve es el tiempo que
separa el nacimiento de la disolución, cuán inmenso el periodo anterior al
nacimiento y cuán ilimitado igualmente el periodo que seguirá a la disolución.”
¡Y era emperador en el mayor
imperio clásico!
Mutatis mutandis, trasládese a
estos comienzos del siglo XXI, tómese un respiro la acción, pásese
ordenadamente a la contemplación, piénsese unos minutos y extráiganse las
conclusiones oportunas. Yo sigo en ello.
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