Nos pasamos el día traspasando
las fronteras y con la duda a cuestas de cuál es el predio que estamos
hollando. Vamos y venimos como caminantes perdidos en medio de la niebla. Tal
vez esta misma constancia nos dé a la vez la templanza y la osadía, ese cuarto
y mitad que nos empuja y esos gramos de más que nos aquietan y nos dejan en
calma, pensando en las aristas de la vida.
Amanece y la vida se muestra
compleja y diversa. Porque el sol alimenta deseos, pero también reseca y
produce sudores; la lluvia riega pero también inunda; el viento airea, y
también remueve y descoloca. Es nuestro territorio un lugar que va a formando
los hitos y los límites, pero que no sabemos con qué ánimo nos acogerá y con
quién lo tendremos que compartir. Porque en ese territorio buscamos la paz y
anhelamos el silencio, pero andamos a la vez susurrando compañía para que nos
certifique la pertenencia a ese lugar y a esas repeticiones incansables que
hacen de todo un algo reconocible e inexplicable a la vez. Cómo jugamos con esa
soledad acompañada y con esa compañía que molesta nuestra soledad. A veces
necesitamos el don de la palabra y a veces deseamos escuchar el silencio y
advertir la pérdida de lo que da cuerpo a nuestro pensamiento. Con ese don
reinamos y con él nos convertimos en esclavos de todo, abrimos y cerramos,
entendemos y malentendemos, afirmamos y negamos, convencemos y vencemos,
persuadimos y provocamos los rechazos, unimos y desunimos, atamos y desatamos.
Y lo que le sucede a la palabra
es don compartido con todos los sentidos que nos conforman y que nos sostienen.
Porque ver es con frecuencia actividad de ojos tapados y de imaginación
despierta, porque oír se conjuga con silencio y la armonía exige tonos sabrosos
y llenos de sabor y de contento; porque huele lo que queremos que huela y
pierde su olor lo que no nos satisface; porque el gusto se prenda y se pone en
guardia según el condimento y las especias; porque tocar es arte y no materia;
porque lo oscuro es claro cuando los ojos abren sus pupilas y el día se hace
noche si no vemos aquello que esperamos; porque no hay verdad completa sino
sombras que aguardan una ocasión propicia y agujeros que evitan la ceguera y la
muerte; porque todo lo que fue fue pero ya no será nunca; porque el tacto se
eriza si el cuerpo del delito es bien sabroso; porque amamos y odiamos; porque
la envidia adereza tantos éxitos; porque el llanto es de emoción y de tristeza;
porque somos día y noche; porque no hay mal que cien años dure ni alegría que
llegue hasta el ocaso…
Llega la noche y la luz tiene
dudas. El sol se da a la fuga y se acobarda, da la espalda a la noche y se va
hasta más allá del horizonte. Y nosotros dudamos entre el día y la noche, en
las fronteras del sí y del no, en el borde de la verdad y de la mentira, entre
los límites del pasado y del presente, en la vacilación y en el titubeo, y en
la incertidumbre de nosotros mismos. Somos frontera en todo y temblor que se
agita ante la vida.
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