De la media de ochenta libros
completos que leo cada uno de los últimos años (me ha dado por apuntar los
títulos y las fechas de cada uno y me sale esa media) solo recojo noticias de
alguno de ellos. Poco me importaría dejar constancia de lo que me parecen en
las formas y en el contenido, pero la certeza de que casi nadie está interesado
en mi opinión acerca de los mismos me desanima y me impulsa a dedicar mis
esfuerzos a otros asuntos. De algunos sí que anoto breves consideraciones, aunque
sea sin formato organizado ni pretensiones académicas.
He terminado la lectura de “Las
tres bodas de Manolita”, tercera novela que Almudena Grandes dedica a lo que
llama “Episodios de una guerra interminable”, episodios que compondrán una hexalogía
cuando termine su plan de trabajo. La escritora se ha embarcado en el esfuerzo
casi inagotable de rastrear los retratos y las consecuencias de nuestra guerra
incivil. Y lo hace desde diversas aristas, aunque siempre desde el lado moral
de los vencidos. Salvando las distancias, los tiempos y los espacios, el empeño
recuerda enseguida la labor de Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales. La
misma autora lo confiesa sin remilgos. De hecho la hexalogía ya tiene títulos
para todos los volúmenes, también para los tres que aún no están escritos.
En este caso se trata de una obra
coral, a diferencia de la anterior, “El lector de Julio Verne” y, como reza en
su cubierta, “Las tres bodas de Manolita
es una emotiva historia coral sobre los años de la pobreza y desolación en la
inmediata posguerra, y un tapiz inolvidable de vidas y destinos, de personajes
reales e imaginados. Una novela memorable sobre la red de solidaridad que tejen
muchas personas, desde los artistas de un tablao flamenco hasta las mujeres que
hacen cola en la cárcel para visitar a los presos, o los antiguos amigos de
colegio de su hermano, para proteger a una joven con coraje.” Quítense los
adjetivos laudatorios, propios de la propaganda editorial, y nos queda un buen
resumen de la obra.
Pero eso, por supuesto, es muy
poco, es muy escaso bagaje, incluso para una nota a pie de página como es esta.
La ventaja de las obras corales estriba en la capacidad que se adquiere de
hacer pasar por la escena a todo tipo de personajes, hasta crear una red tejida
por todo el mundo, algo que viene a representar con fidelidad la realidad
compleja de la comunidad. La desventaja y el peligro se esconden en la misma
ventaja: si no se engarzan bien los distintos personajes y las diversas
secuencias y escenas, todo se viene abajo, sobre todo la consistencia y la
credibilidad.
No sé hasta qué punto Almudena ha
conseguido esa cohesión de formas y de contenidos. En todo caso, al lector
medio este tipo de presentaciones plurales le resultan más dificultosas de
seguir y de interiorizar. No es ninguna crítica, sino una observación que
ocupa, creo, toda la novela y toda su lectura.
Almudena Grandes toma partido
desde el principio por los vencidos. Para este episodio de la Historia parece
difícil hasta imaginar otra posición diferente, aunque de todo hay, pero creo
que hay que tener un poco de cuidado a la hora de ser más o menos explícito, en
la variable de dar cabida a alguna otra posibilidad, aunque sea parcial y para
resaltar más la línea general de pensamiento. Almudena Grandes jamás se ha
escondido al respecto y tiene a gala proclamar a los cuatro vientos su
ideología política. Esto la honra. Pero advierto también del peligro que puede
conllevar en una creación literaria.
Y solo un anota formal. Se trata
de las observaciones continuas que intercala en sus narraciones, descripciones
y, sobre todo, diálogos. Conozco pocos escritores que den tanto peso a estos
intercalados; hasta el punto de que, en numerosas ocasiones, las
consideraciones intercaladas pesan mucho más que la acción que se está
desarrollando. Creo que no es fácil dominar ese rasgo de estilo y de
distribución de contenidos. Almudena lo trabaja minuciosamente hasta
convertirlo en el rasgo formal más destacado de la novela. Cualquier estudio
formal extenso y serio tendría que analizar lo que digo con precisión y rigor.
Como sucede con todo, tiene sus pros y sus contras: por una parte, el narrador
dirige hasta en sus últimos detalles al lector en todo lo que acompaña a la
acción o al diálogo; por otra, corre el peligro de perderlo y de desviar su
atención del contenido central. Cada lector tiene su nivel y su capacidad, e
incluso su interés diferenciado. A mí me parece que Almudena domina este rasgo
como casi nadie, pero creo también que, con frecuencia, le da demasiado peso.
Por ejemplo y al azar más absoluto: “-De nada, preciosa –así comprendí que
aquellos puñaditos de almendras fritas, aquellos tacos de queso y de jamón, me
comprometían en una misteriosa fraternidad a la que hasta entonces nunca había
creído pertenecer-. Yo sé lo que es pasar hambre.”
Nótese el peso de lo que va entre
guiones y la diferencia de contenidos con solo haberle dado cabida al principio
o al final de la réplica, pero no dentro de ella. No afirmo que sea peor o
mejor, simplemente que es muy distinto.
En fin, solo unos apuntes en forma
casi de guion, que anotan mi complacencia por esta nueva novela, extensísima
novela, de una escritora cuajada y honda. Aguardo la aparición de las tres que
restan. Las leeré con interés y con admiración.
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