Asistí hace unos días a una conferencia
(¿charla, comunicación, ponencia…?) que se anunciaba con este título de libro
de autoayuda: “Instrucciones para ser feliz: uso crítico de los manuales
griegos”. Qué barbaridad, qué poderío, qué pretensiones. Ni los
telepredicadores de Urigud.
La actividad se encuadraba en
algo que ya viene siendo habitual en el IES Ramón Olleros, la reflexión y
constatación de que lo que dejaron hecho los clásicos básicamente se mantiene
como columna vertebral en nuestros días. Yo comparto la afirmación general,
siempre con matices y con perfiles determinados. Un profesor español que
trabaja en California, de nombre Abel y de apellido Franco, se esforzó en mostrar
unos esquemas de las distintas formas que trazaron los filósofos griegos y
alguno latino en lo referente a la idea de la felicidad para el ser humano.
Demasiada materia para tan poco tiempo. La consecuencia inevitable fue la
rapidez y hasta la precipitación. No achaco nada negativo al profesor salvo la
falta de previsión en el uso del tiempo y algún resabio de exposición algo
impostada, según tal vez las formas de los EEUU.
La idea básica me sitúa otra vez
en la consideración de aquello que pueda realmente interesar al ser humano en
el hallazgo, o al menos en la persecución, de eso que, también pomposamente,
llamamos felicidad. Al fin y al cabo es la pregunta del millón, o debería ser.
Seguramente es el afán en el que también yo gasto tiempo y espacio en esta
ventana.
Creo que todo, al fin, se resume
en el maridaje entre razón y sentidos, entre entendimiento y pasiones. En los
clásicos, mucho más empeñados en el mundo de la razón y en la doma del mundo de
la pasiones. Es ese fondo de rechazo de los impulsos el que aprovecha la
cultura judeocristiana y que todavía mantiene la religión en nuestros días,
asustando con castigos y con penas por casi todo.
Pero ayer se hablaba del mundo
clásico. Y este mundo es muy amplio y muy rico en teorías. En él se puede rastrear
casi de todo.
A Abel Franco se le olvidó cerrar
el círculo y hacer emerger ante los presentes cuáles de esos principios son los
que se mantienen hoy día y cuáles andan más en el cajón del olvido. Era el fin
del acto y creo que quedo algo cojo en este sentido.
Pensaba al finalizar el acto, y
pienso ahora también, cuál de estas teorías clásicas lo tiene mejor en estos
tiempos y cuál lo tiene más complicado en la escala de valores actual. Resulta
arriesgado dar una respuesta porque un sistema es algo amplio y global, y no se
puede ser absoluto. Pero tengo mi propio pensamiento y no me importa mojarme,
aunque, por generalizar, sea inexacto. Sigo imaginando a Séneca y al estoicismo
predicando hoy en los foros públicos y los veo retirándose a tomatazo limpio o
simplemente ignorados por la gran masa de aspirantes a la falsa gloria de no se
sabe qué. Entre arruinarse un pueblo organizando fiestas con Paquirrín y una
reflexión acerca de los principios estoicos para el comportamiento en la vida,
no hay color. Por lo primero se arruina un pueblo, se manifiestan los jóvenes,
se abren de piernas las personas más pacatas y se arraciman las marujas y
marujos del lugar; por lo segundo no se mueve ni un pie, pues resulta extraño y
lo mismo hasta hace pensar y hasta cambia la manera de organizar la sociedad.
Y eso…, huy eso. Quita, quita…,
las Memorias de Adriano te las compra Rita…
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