Es esta una ventana pensada para la
reflexión y para la creación. El recuerdo solo sirve para volver a ronronear
acerca de la misma idea y hacerla presente porque piense que sigue siendo
importante para mí y para otros. Por eso no me gusta mucho repetir textos sino
crearlos.
Hoy, sin embargo, repito la
memoria de un día del mes de septiembre del pasado año. Tal día como hoy, el
mundo se sobrecogió con la imagen del niño Aylan ahogado en las playas griegas,
en su vano intento por llegar hasta la orilla y a lo que ella significaba. Aylan
no es más que un símbolo, con todos mis respetos para él, pobrecito mío. Desde
entonces han muerto en similares circunstancias varios centenares de niños más.
Ellos son el resumen de toda un una historia triste de la que todos somos
protagonistas y en la que descargamos las consecuencias en los más necesitados.
El asunto no es tan sencillo como
a menudo se pinta. En él se mezclan elementos religiosos, económicos, de poder,
territoriales, históricos… Lo malo es que no le hincamos el diente por ninguna
parte, si no es en aquello que más nos afecte a nosotros mismos.
Mi reacción al hecho fue la
composición de un poema que reflexiona acerca del asunto, con Aylán como hilo
conductor. La vergüenza sigue en pie y acaso con más fuerza. Tampoco es nada
nuevo: la historia se repite en lo más negro.
Otra vez, desde el recuerdo al
niño, a todos los niños, y en rechazo de todos los que hacen y hacemos posible
que todo esto sucediera y siga sucediendo.
AYLAN EN LAS ARENAS
“Las manos de mis niños se me escaparon de la mías”. Palabras del padre de Aylan, niño sirio que se ahogó en el mar,
entre Turquía y Grecia, junto a su madre y un hermano mayor de cinco años.
Todos huían de la guerra en su país.
Supe de tu existencia
desde el día
aquel que, desde el
mar de la Antillas,
surcaron naves
hacia el mar de oriente,
con la muerte en
sus vientres
y una insaciable
sed del oro negro.
Te adiviné en los
turbios pensamientos
llegados de la
tundra de Siberia,
envueltos en la faz
de la locura.
Estabas incubando
cuando Europa
jugaba a repartirse
Oriente Medio.
Naciste cuando Alá
andaba furioso
jugando a la
guerrilla con los niños,
descabezando bienes
y razones
en nombre solamente
del misterio.
Creciste con el
miedo a los caprichos
del sátrapa de
turno en tu contorno.
El hambre te
empujó, te empujó el viento
contra el último
engaño de occidente.
El mar se volvió
cómplice y al verte
tan solo, tan
pequeño, tan humilde,
se apiadó de tu
tierno sufrimiento.
Todo eso lo había
visto y no supe mirarlo.
Tú hoy le pusiste
cara y me increpaste
por no haberlo
gritado a grito limpio,
por no cambiar la
parte que me toca
y no gritar la
rabia y la impotencia:
por no haberme
manchado en mi palabra.
Hoy va mi maldición
contra esta historia,
que es historia de
todas las historias.
Porque hoy tú eres
el resto de un naufragio
que llega desde el
cielo y certifica
el despiadado paso
de los tiempos.
Que los dioses
respondan de sus culpas,
que los seres se
miren la conciencia,
que yo sepa llorar
lo intolerable
pidiendo tu perdón,
y que la tierra
grite
un grito de dolor
en las arenas
donde tú te
rendiste
acunado en el eco
de las olas
del mar
Mediterráneo.
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