En alguna ocasión fumé. Siempre
lo dejé con el ánimo alto y con el paquete encima del televisor. Allí,
asomando, como provocándome y desafiando mi voluntad, como gritando su derrota.
Porque mi manera de dejar el tabaco era también -es justo reconocerlo- como la
de un chulo de barrio cuando estira los brazos en los billares, alza la mirada
y pasea lentamente su vista por el local, por si queda alguien a quien
recordarle quién manda allí.
Hoy pienso que tal vez nunca
disfruté realmente del tabaco, de la inspiración lenta y profunda del humo, de
las volutas redondas que se alzan en el aire, una sobre otra, como si se
llamaran para formar alguna bandera olímpica en el cielo, del sabor amargo que
deja en la boca y del hondo hormigueo que alcanza los pulmones durante un rato.
Pero, más que el disfrute físico, ese que encoge y estira los músculos, que
traspasa la piel y se apodera del ambiente exterior e interior, creo que lo que
me perdí fue la sensación de estar sucumbiendo a algo que me hacía mal a mí y a
los que me rodeaban. Porque allí el vencedor era yo, era mi voluntad, era mi
razón y era mi dominio de la situación, ante mí mismo y ante los demás. El
tabaco no era sino el elemento imprescindible para mostrar ese poderío, ese
sometimiento del vicio y hasta esa tiranía por mi parte.
Sí, sé que puede parecer una
contradicción, pero intuyo y hasta saboreo que el gozo empieza precisamente en
el momento en el que uno se entrega a lo que ya no puede controlar, a lo que te
domina y te entierra en su voluntad. Porque el momento decisivo es aquel en el
que uno se plantea la reacción ante algo que te perjudica. El camino, claro, es
doble: o te apartas y vences, o te sometes y sientes cómo te lleva el tabaco
por los rumbos que le da la gana. El segundo responde al abandono de la
voluntad, pero también se acerca al gozo de lo prohibido, al disfrute de
aquello que debía ser pero no es, a lo que rompe la razón, a lo que se aparta
de lo saludable.
No, no tengo ninguna intención de
volver a fumar; ni siquiera de experimentar con esa situación de conciencia de
pérdida de lo que considero recto. Solo he hecho un juego que es algo más que
un juego verbal para acercarme a la consideración conceptual de lo que es
voluntad y de lo que puede llegar a ser gozo.
El tabaco perjudica seriamente la
salud. “No fumes, que te vas a morir, le decía un amigo a otro”. Y el otro le
respondía: “Por eso fumo, porque me voy a morir”. Otro juego de palabras.
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