Día de fiesta en esta ciudad
estrecha en la que paso mis días. Muchas causas me alejan de la participación
festiva. Alguna culpa también será mía, claro. El acto que aquí consideran
central es una romería en el Castañar. Allí se habrán juntado muchas personas.
Es su voluntad: nada que objetar. Solo una cosa: que no hagan general y
obligado lo que es devoción particular. He pasado unas cuantas horas leyendo el
libro de E. O. James “Historia de las
religiones”, que me ha ilustrado creo que bien acerca de las causas, del
desarrollo y de las consecuencias de lo que se celebraba en el monte del Castañar.
Bueno, es otra forma -un poco rara- de celebrar las fiestas patronales.
Hace cinco años escribí, en forma
popular de romance, una doble versión de la historia de la Virgen del Castañar,
una meliflua y otra revisada. Como casi todo el mundo ha practicado hoy la
meliflua, yo traigo aquí la versión revisada. Aunque no sea más que para que
sirva de contraste.
ROMANCE DE LA VIRGEN DEL CASTAÑAR
VERSIÓN REVISADA
Cuentan las
voces confusas
que la leyenda
decía
-no preguntéis
por las fuentes:
eso dicen que
decía,
y en asuntos de
leyendas
las verdades no
andan finas-
de otra virgen
soberana
en el monte
aparecida.
Nadie documenta
el caso,
ninguno se
atrevería
a demostrar tal
prodigio
que en el monte
acaecía:
pozo que no
tiene agua
nunca la sed calmaría.
Eran los siglos
oscuros,
la Edad Media
era crecida,
las luchas de
reconquista
obligaban cada
día
a saludar mil
prodigios
que a la fe
acompañarían
y al moro lejos
de España
las victorias
llevarían.
A justificar las
guerras
la Virgen bien
serviría
y a calmar todas
las voces
del pueblo que
empobrecía
con el trabajo
penoso
al que atado se
veía.
Para
interpretarlo todo
se presta la
clerecía
que con
prebendas y dádivas,
con diezmos y
canonjías,
bien regulaba
las horas
y organizaba los
días.
Dicen las voces
confusas,
con intención
confundida,
que a unos
pastores la Virgen
les habló y así
decía:
“I need a church in the mountain.”
Los pastores no
entendían
la lengua que
desde el árbol
hasta sus oídos
iba.
“No tenéis que
entender nada
-la Virgen les repetía-
pues que aqueste
no es el árbol
de la gran
sabiduría
ni vosotros Adán
ni Eva
los que aprender
pretendían.”
La Virgen,
siempre en la rama,
del árbol no
descendía
por miedo a que
los pastores
reconocerla
podrían.
Los pastores
miran lelos
para abajo y
para arriba
y, lelos, van
muy deprisa
adonde un cura
vivía,
a contarle los
prodigios
que en el monte
sucedían.
“Si lo sabré yo,
hijos míos,
todo lo que allí
se vía
y lo bien que
para el auge
de la religión
venía.
No contéis nada
a las gentes,
yo seré de hoy
vuestro guía
y diré lo que ha
pasado
a los nobles y a
la curia,
y no olvidéis
que a la Virgen
le gusta la
compañía
de los humildes
pastores
que rezan,
callan y fían
a la voluntad
del cielo
lo que en el castaño
vían.”
Ya se extiende
por los campos,
por pueblos y
pedanías,
desde el este
hasta el oeste,
del norte hasta
el mediodía,
la voz del nuevo
milagro
de la Virgen
escondida.
Para darle
consistencia
se erige pronto
una ermita
al lado de los
castaños,
que encinas allí
no había.
Ya se bendicen
los campos,
ya la bondad
infinita
se propaga a
todas partes
de la Virgen de
la ermita.
“La Virgen ya
está en lo alto”
proclama la
curia altiva,
lo proclama la
nobleza,
que tanto le
convenía.
Se organizan
procesiones,
se rezan
rosarios, misas,
se ofrecen dones
al cielo,
también a Santa
María;
unos frailes los
recogen
con contento y
alegría.
Amplían el
santuario,
un gran inmueble
edifican
con campos y
buenos patios,
y con ricas
celosías.
Todo el lugar se
ennoblece
con cosas de
gran valía.
Para realzar los
actos
que honran a
Santa María,
se organizan los
devotos,
nombran nueva
cofradía.
Presiden algunos
fieles
que en abades se
volvían,
los más ricos,
que en sus casas
ganaban en
demasía.
Cuando la
incivil contienda
terminado ya se
había,
coronan a aquesta
Virgen
con gran boato y
alegría.
Allí llegan los
obispos
de la ciudad
placentina,
allí todos los
que entonces
a ser notables
aspiran
y el pueblo
llano que calla,
reza, obedece y
confía
en lo que le
dicen otros
sin saber lo que
decían.
Procesionan con
la Virgen
monte abajo y
monte arriba,
celebran fiestas
con bailes,
con tambores y
corridas,
parece que en
aquel monte
todo se junta a
porfía.
De Béjar es la
patrona
esta virgen con
mantilla;
nadie preguntó a
la Virgen
si ser patrona
quería
ni se consultó a
la gente
si amaba su
tutoría.
Subida en su
bastidor,
con trono,
corona y rica
de tesoros en la
iglesia,
asoma su
cabecita.
Lejos de aquel
santuario
el juglar
pensaba un día
si era bueno que
en el monte
vivieran
aparecidas,
y pensó que para
sustos
de taberna y
sacristía
no necesita
leyendas
que a la gente
confundían.
¿Quién
interpreta las leyes
de tan oscuras
visitas?
¿No puede la
Virgen pura
venir a la luz
del día?
¿Por qué no nos
vemos todos
como amigos,
como amigas,
y nos damos un
abrazo
de amor, de paz
y justicia?
No podemos andar
siempre
a hurtadillas y
a escondidas:
ni Dios juega al
escondite
ni su madre lo
querría.
Como el juglar
no pretende
bullicios ni algarabías,
hace mutis por
el foro,
hinca en tierra
su rodilla
y echa de la
bota un trago
que acompañe a su
tortilla.
Hoy el juglar sí
ha contado
lo que el
sentido le dicta.
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