jueves, 8 de septiembre de 2016

LA VIRGEN APARECIDA



Día de fiesta en esta ciudad estrecha en la que paso mis días. Muchas causas me alejan de la participación festiva. Alguna culpa también será mía, claro. El acto que aquí consideran central es una romería en el Castañar. Allí se habrán juntado muchas personas. Es su voluntad: nada que objetar. Solo una cosa: que no hagan general y obligado lo que es devoción particular. He pasado unas cuantas horas leyendo el libro  de E. O. James “Historia de las religiones”, que me ha ilustrado creo que bien acerca de las causas, del desarrollo y de las consecuencias de lo que se celebraba en el monte del Castañar. Bueno, es otra forma -un poco rara- de celebrar las fiestas patronales.
Hace cinco años escribí, en forma popular de romance, una doble versión de la historia de la Virgen del Castañar, una meliflua y otra revisada. Como casi todo el mundo ha practicado hoy la meliflua, yo traigo aquí la versión revisada. Aunque no sea más que para que sirva de contraste.
ROMANCE DE LA VIRGEN DEL CASTAÑAR
 VERSIÓN REVISADA
Cuentan las voces confusas
que la leyenda decía
-no preguntéis por las fuentes:
eso dicen que decía,
y en asuntos de leyendas
las verdades no andan finas-
de otra virgen soberana
en el monte aparecida.

Nadie documenta el caso,
ninguno se atrevería
a demostrar tal prodigio
que en el monte acaecía:
pozo que no tiene agua
 nunca la sed calmaría.

Eran los siglos oscuros,
la Edad Media era crecida,
las luchas de reconquista
obligaban cada día
a saludar mil prodigios
que a la fe acompañarían
y al moro lejos de España
las victorias llevarían.
A justificar las guerras
la Virgen bien serviría
y a calmar todas las voces
del pueblo que empobrecía
con el trabajo penoso
al que atado se veía.

Para interpretarlo todo
se presta la clerecía
que con prebendas y dádivas,
con diezmos y canonjías,
bien regulaba las horas
y organizaba los días.

Dicen las voces confusas,
con intención confundida,
que a unos pastores la Virgen
les habló y así decía:
“I need a church in the mountain.”
Los pastores no entendían
la lengua que desde el árbol
hasta sus oídos iba.
“No tenéis que entender nada
-la Virgen les repetía-
pues que aqueste no es el árbol
de la gran sabiduría
ni vosotros Adán ni Eva
los que aprender pretendían.”

La Virgen, siempre en la rama,
del árbol no descendía
por miedo a que los pastores
reconocerla podrían.

Los pastores miran lelos
para abajo y para arriba
y, lelos, van muy deprisa
adonde un cura vivía,
a contarle los prodigios
que en el monte sucedían.

“Si lo sabré yo, hijos míos,
todo lo que allí se vía
y lo bien que para el auge
de la religión venía.
No contéis nada a las gentes,
yo seré de hoy vuestro guía
y diré lo que ha pasado
a los nobles y a la curia,
y no olvidéis que a la Virgen
le gusta la compañía
de los humildes pastores
que rezan, callan y fían
a la voluntad del cielo
lo que en el castaño vían.”


Ya se extiende por los campos,
por pueblos y pedanías,
desde el este hasta el oeste,
del norte hasta el mediodía,
la voz del nuevo milagro
de la Virgen escondida.

Para darle consistencia
se erige pronto una ermita
al lado de los castaños,
que encinas allí no había.
Ya se bendicen los campos,
ya la bondad infinita
se propaga a todas partes
de la Virgen de la ermita.
“La Virgen ya está en lo alto”
proclama la curia altiva,
lo proclama la nobleza,
que tanto le convenía.

Se organizan procesiones,
se rezan rosarios, misas,
se ofrecen dones al cielo,
también a Santa María;
unos frailes los recogen
con contento y alegría.
Amplían el santuario,
un gran inmueble edifican
con campos y buenos patios,
y con ricas celosías.
Todo el lugar se ennoblece
con cosas de gran valía.

Para realzar los actos
que honran a Santa María,
se organizan los devotos,
nombran nueva cofradía.
Presiden algunos fieles
que en abades se volvían,
los más ricos, que en sus casas
ganaban en demasía.

Cuando la incivil contienda
terminado ya se había,
coronan a aquesta Virgen
con gran boato y alegría.
Allí llegan los obispos
de la ciudad placentina,
allí todos los que entonces
a ser notables aspiran
y el pueblo llano que calla,
reza, obedece y confía
en lo que le dicen otros
sin saber lo que decían.

Procesionan con la Virgen
monte abajo y monte arriba,
celebran fiestas con bailes,
con tambores y corridas,
parece que en aquel monte
todo se junta a porfía.

De Béjar es la patrona
esta virgen con mantilla;
nadie preguntó a la Virgen
si ser patrona quería
ni se consultó a la gente
si amaba su tutoría.

Subida en su bastidor,
con trono, corona y rica
de tesoros en la iglesia,
asoma su cabecita.

Lejos de aquel santuario
el juglar pensaba un día
si era bueno que en el monte
vivieran aparecidas,
y pensó que para sustos
de taberna y sacristía
no necesita leyendas
que a la gente confundían.

¿Quién interpreta las leyes
de tan oscuras visitas?
¿No puede la Virgen pura
venir a la luz del día?
¿Por qué no nos vemos todos
como amigos, como amigas,
y nos damos un abrazo
de amor, de paz y justicia?
No podemos andar siempre
a hurtadillas y a escondidas:
ni Dios juega al escondite
ni su madre lo querría.

Como el juglar no pretende
 bullicios ni algarabías,
hace mutis por el foro,
hinca en tierra su rodilla
y echa de la bota un trago
que acompañe a su tortilla.

Hoy el juglar sí ha contado

lo que el sentido le dicta.

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