domingo, 4 de septiembre de 2016

HIPERBÓREO A MI MANERA


En un cuaderno manuscrito en 1888, recogía Nietzsche el siguiente poema:
“Más allá del norte, del hielo, del hoy,
más allá de la muerte,
aparte,
¡nuestra vida, nuestra felicidad!
Ni por tierra
ni por agua,
puedes encontrar el camino
hacia nosotros los hiperbóreos:
así lo vaticinó de nosotros una boca sabia”.
Me reconozco cierto grado de hiperboreidad, vivo vecino a ese lugar más allá del viento bóreas, en un sitio en el que, cuando abro la puerta, no encuentro vecinos con los que compartir mis opiniones acerca de la vida.
Pero tengo que reconocer que mi despiste y desconcierto es más modesto que el de Nietzsche pues mi conciencia no es el de la superioridad sino el de la duda. Acaso por debilidad o incluso por cobardía. Y, cuando hago tal confesión, no creo ser menos honesto que el filósofo en su recriminación del prólogo a su Anticristo: “Hay que ser honesto hasta la dureza en cosas del espíritu, incluso para soportar simplemente mi seriedad, mi pasión. Hay que estar entrenado para vivir sobre las montañas (…). Hay que haberse vuelto indiferente, hay que no preguntar jamás si la verdad es útil, si se convierte en una fatalidad para alguien… Una predilección de la fuerza por problemas para los que hoy nadie tiene valor; el valor de lo prohibido; la predestinación al laberinto. Una experiencia hecha de siete soledades. Oídos nuevos para una música nueva. Ojos nuevos para lo más lejano. Una conciencia nueva para verdades que hasta ahora han permanecido mudas. Y la voluntad de economía de gran estilo: guardar junta la fuerza propia, el entusiasmo propio… El respeto a sí mismo; el amor a sí mismo; la libertad incondicional frente a sí mismo… Solo estos son mis lectores (…) ¿Qué importa el resto? El resto es simplemente la humanidad. Hay que ser superior a la humanidad por fuerza, por altura de alma, por desprecio…”
Esta búsqueda del hombre, del ser humano como tal, del “humano demasiado humano”, la palanca del superhombre y la pared contra toda imposición social y, sobre todo, religiosa, el despojo de toda imposición, la respuesta contra todo achicamiento… conduce a esa soledad del hiperbóreo. No solo a la soledad personal y conceptual, sino tal vez al olvido de todo lo que no esté a la altura y al nivel de ese entusiasmo de superhombre, incluidos los seres menos “dotados”.
Admiro y comparto el entusiasmo de Nietzsche por encontrar un hombre nuevo, un ser que se mide consigo mismo, en sus debilidades y en sus fortalezas, en sus principios y en sus fines. Me dan miedo las teorías (sobre todo las religiosas) que anulan la voluntad del ser humano hasta convertirlo en abúlico y “drogodependiente”; y mucho más si lo hacen desde la práctica del temor y el anuncio del castigo. No hace falta ser más explícito.

Me dan miedo también las “expediciones” individuales que se desentienden de los plurales y de la diversidad, de que, fácticamente, hay brazos que se abren por todas las esquinas pidiendo alguna ayuda. Entiendo, frente a Nietzsche, la existencia y la práctica de la compasión. Seguramente porque yo la necesito a cada hora y tal vez porque soy un cobarde; solitario pero cobarde. Hiperbóreo a mi manera.

No hay comentarios: