Cuando a Vicente Ferrer, ese
santón laico que tanto sembró en la India, le preguntaban cuál era la esencia
de su trabajo y su objetivo fundamental, respondía que, por encima de todo lo
demás (cereales, caminos, agua…) estaba la obligación de darles voz a los que
no la tienen, de concederles la palabra, esa arma revolucionaria que nunca
habían tenido y que les ponía en disposición de desarrollar todas las demás
posibilidades. Lo cuenta muy bien Manuel Rivas en un relato maravilloso
titulado “Vicente Ferrer. Rumbo a las estrellas con dificultades”.
Qué bien captó el fundamento de
las necesidades del ser humano. Porque esta consideración sirve para cualquier
ser humano, no solo para los más olvidados de y por las castas en la India. La
palabra es la materialización del pensamiento, del sentimiento y del nivel más
elevado de la condición humana. El ser humano lo es en tanto que posee la cualidad de cifrar el pensamiento en
palabras, de trasladar a sus semejantes sus anhelos y sus necesidades a través
del don de la palabra.
Claro que el nivel de la palabra
se halla en el pensamiento, en la posibilidad real y física de poder expresarla
y en la libertad mental y social de intentar expresar las opiniones propias y
de intentar convencer pacíficamente a los demás a través del razonamiento
verbal. Por eso, conceder la palabra es mucho más que un hecho físico, es ante
todo no negar la posibilidad de expresión razonada, es impulsar esa expresión y
combatir el monopolio de la misma por parte de unos pocos, de esos que niegan
la opinión y la libertad real de los demás. Porque negar la palabra es negar la
igualdad humana, es jibarizar la opinión social, es adentrarse en el mundo del
miedo y del misterio, es abandonarse a la voluntad de los otros, es negarse a
vivir la verdadera vida, es dejarse en el vaivén del viento, es negarse el
futuro, es llamar a la abulia y al silencio del rebaño, es abandonar el arma
más potente, es velar los matices y ennegrecer los rayos, es…
En la India se levantan los
parias lentamente. Vicente Ferrer quería que lo hicieran con la palabra como base
de todo el desarrollo posterior. En occidente los parias son silenciados de
manera más sutil, encarrilándolos en el embarcadero de la publicidad, restando
la importancia del cruce de opiniones, o simplemente cerrando todas las puertas
de los lugares físicos y mentales en los que se podría producir el desarrollo
del pensamiento y de la palabra. ¿Dónde están el fomento de la palabra y la
expresión sin trabas correctoras de las opiniones que no sean las que nos
vienen dadas desde las lejanas alturas?
Pensar puede resultar peligroso
para el poder establecido. Y el pensamiento toma cuerpo a través de la palabra.
Por eso la negación de foros, los miedos a que las verdades establecidas se
puedan venir abajo y la reacción de los usuarios del pensamiento y de la
palabra se convierta en la mejor revolución imaginada. Buen ejemplo para
cualquier comunidad grande o pequeña y buen campo de actividad social y política.
En esto sí que nos jugamos la esencia de una comunidad y no en las fiestas
patronales, por ejemplo.
Vicente Ferrer tenía muy claro el
fundamento de su escala de valores. La palabra como expresión de la dignidad,
de la libertad y de la igualdad del ser humano. Desde ella y, a partir de ella,
todo lo demás.
1 comentario:
Lo he recordado: "En el principio era el Verbo. [...] Y el Verbo se hizo carne."
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