Aquella simplificación de la
niñez: “Los seres nacen, crecen, se reproducen, mueren”. Qué descripción tan
minimalista para un enunciado que todo lo encierra.
Primero es la secuencia fónica
repetitiva, como una abeja más de la colmena escolar: “Y todo un coro infantil
va cantando la lección: mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón”.
Después se abre la flor de la
vida y apenas si da tiempo a reflexionar acerca de la sentencia: la vida,
entonces, no se piensa, solo se vive. El tiempo solo se mide en presente y en
futuro, pero no en límites que corten la cuerda por ningún sitio.
Cualquier día, el común de la
vida se hace algo más común y las acciones se vuelven demasiado repetidas. Es
tal vez el momento en el que el ser humano se planta y levanta la mirada.
Entonces resulta que el tiempo también tiene pasado, y que este se va
acumulando y ocupa un espacio grande y visible del recorrido. Puede que por
entonces haya uno crecido y se haya reproducido y empiece a mirar hacia el
final del epígrafe. Las medidas se ajustan, la conciencia se muda, la
perspectiva cambia.
Y cualquier otro día, que seguro
que no está señalado en el calendario, se hace mutis por el foro, en silencio o
de cualquiera otra manera.
Qué simple, qué terrible, qué
verdadero, qué aleccionador, qué fuente de sabrosas consecuencias…
La sentencia nos iguala a todos
aunque nos empeñemos en mostrarnos diferentes en el trayecto de la vida. Y lo
somos, vaya si lo somos; no en el principio ni en el final, pero sí en el
discurrir menudo de cada día.
Hoy ha fallecido Paulino. Y lo ha
hecho solo, sin molestar; solo como venía estando desde hacía muchos años. Paulino
ha sido un hombre que no ha necesitado de los libros para entender lo que ha
visto en la vida. Y lo que ha visto han sido muchas injusticias al lado de las
máquinas de tejer, y muchas desigualdades por la calle y por las tiendas, y
mucha mala leche en demasiadas personas. Tal vez por ello a él le quedaba un
residuo de recelo, que mezclaba con un sentido común y con una bondad luminosa.
Y, como estaba solo, se dio a los demás y se aferró a su necesidad de honradez
y de bonhomía.
A Paulino hoy, en su caja
mortuoria, apenas le acompañaba nadie. Él dormía el último sueño en el que se
quedó transido anoche. Y, como estaba acostumbrado a la soledad, su cara estaba
tranquila y limpia, tal vez charlando con el reino de las sombras.
Paulino ha cumplido hoy el último
apartado de esos cuatro que parecen asignados al ser humano. Lo ha hecho con
dignidad, en silencio. Con él se lleva su coherencia, sus ideas sociales y la
gallardía de lo más sencillo cuando se vive desde la convicción personal. O tal
vez haya dejado algún rastro de todo ello entre los que quieran recordarlo.
Paulino nació y creció (aunque él
no lo hizo mucho físicamente). Hoy ha fallecido. Como todos. Pero con dignidad
y coherencia.
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