lunes, 19 de septiembre de 2016

LOS SERES... (TAMBIÉN PAULINO)



Aquella simplificación de la niñez: “Los seres nacen, crecen, se reproducen, mueren”. Qué descripción tan minimalista para un enunciado que todo lo encierra.
Primero es la secuencia fónica repetitiva, como una abeja más de la colmena escolar: “Y todo un coro infantil va cantando la lección: mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón”.
Después se abre la flor de la vida y apenas si da tiempo a reflexionar acerca de la sentencia: la vida, entonces, no se piensa, solo se vive. El tiempo solo se mide en presente y en futuro, pero no en límites que corten la cuerda por ningún sitio.
Cualquier día, el común de la vida se hace algo más común y las acciones se vuelven demasiado repetidas. Es tal vez el momento en el que el ser humano se planta y levanta la mirada. Entonces resulta que el tiempo también tiene pasado, y que este se va acumulando y ocupa un espacio grande y visible del recorrido. Puede que por entonces haya uno crecido y se haya reproducido y empiece a mirar hacia el final del epígrafe. Las medidas se ajustan, la conciencia se muda, la perspectiva cambia.
Y cualquier otro día, que seguro que no está señalado en el calendario, se hace mutis por el foro, en silencio o de cualquiera otra manera.
Qué simple, qué terrible, qué verdadero, qué aleccionador, qué fuente de sabrosas consecuencias…
La sentencia nos iguala a todos aunque nos empeñemos en mostrarnos diferentes en el trayecto de la vida. Y lo somos, vaya si lo somos; no en el principio ni en el final, pero sí en el discurrir menudo de cada día.
Hoy ha fallecido Paulino. Y lo ha hecho solo, sin molestar; solo como venía estando desde hacía muchos años. Paulino ha sido un hombre que no ha necesitado de los libros para entender lo que ha visto en la vida. Y lo que ha visto han sido muchas injusticias al lado de las máquinas de tejer, y muchas desigualdades por la calle y por las tiendas, y mucha mala leche en demasiadas personas. Tal vez por ello a él le quedaba un residuo de recelo, que mezclaba con un sentido común y con una bondad luminosa. Y, como estaba solo, se dio a los demás y se aferró a su necesidad de honradez y de bonhomía.
A Paulino hoy, en su caja mortuoria, apenas le acompañaba nadie. Él dormía el último sueño en el que se quedó transido anoche. Y, como estaba acostumbrado a la soledad, su cara estaba tranquila y limpia, tal vez charlando con el reino de las sombras.
Paulino ha cumplido hoy el último apartado de esos cuatro que parecen asignados al ser humano. Lo ha hecho con dignidad, en silencio. Con él se lleva su coherencia, sus ideas sociales y la gallardía de lo más sencillo cuando se vive desde la convicción personal. O tal vez haya dejado algún rastro de todo ello entre los que quieran recordarlo.

Paulino nació y creció (aunque él no lo hizo mucho físicamente). Hoy ha fallecido. Como todos. Pero con dignidad y coherencia.

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