Aquel que estaba triste porque había
perdido a su progenitor y que había recibido la herencia de una vieja casa y
que, después de mil actividades con la funeraria que no terminaban nunca, tuvo
que ir al notario para regular la herencia recibida, y que, al llegar a la
puerta del edificio, se encontró con un letrero en el que rezaba NOTARIA, y que
se dijo qué bien que una mujer ejerza esta profesión tan copada hasta hoy por
los hombres, y que, una vez que pasó dentro, se dio cuenta de que en realidad
lo que quería decir la placa era que allí había una notarÍa, o sea, un despacho
de notario, y que se dijo uy aquí no conocen muy bien la ortografía, mal
asunto, y que solicitó los papeles que había ido a buscar, y que, de repente,
en cuanto echó una ojeada a los mismos, se dio de bruces con una factura que
multiplicaba por mucho lo que esperaba que le cobraran, y que miró una a una
las hojas y vio que en todas cabía mucho más texto que el que estaba escrito, y
que se quedó un poco pensando en el significado de NOTARIO y recordó que en su
derivación de la palabra “nota” no era otra cosa que la persona que toma nota
de algo, y que pidió un diccionario y buscó la entrada en el DRAE y en sus
cinco acepciones hacía referencia a esta labor de tomar nota, y que pensó que
tal vez un notario no fue desde el principio sino el que sabía escribir y
ejercía de secretario, y que pensó que hoy día casi todo el mundo sabía leer y
escribir y no como ocurría a mediados del s. XIII, momento en el que se
incorporó tal palabra, y que se lo hizo saber a quien le había entregado los
documentos, y que este le respondió que era un simplón pues un notario tiene
que dar fe en conformidad con las leyes, y que le respondió que cualquier
persona tiene que realizar sus actos en conformidad con las leyes, y que el
ayudante del notario frunció el ceño y le respondió que las tasas las imponía
el ilustrísimo y reverendísimo colegio de notarios, y que le miró con cara de
pocos amigos y le dijo que a él qué le importaba lo que dijera el ilustrísimo y
no sé cuántos ísimos colegio de abogados que a él lo que le importaba era que
por aquellos folios más blancos que escritos tendría que rascarse el bolsillo
hasta dejarlo limpio por unos meses y que no le merecía la pena la herencia de
su progenitor, y que el ayudante se levantó para llamar al notario, y que volvió
con él al momento y, sin mediar nada más, le espetó que hubiera estudiado para
notario y ahora no le pasaría esto, y que se rebotó y cogió los papeles, se
marchó y bajó las escaleras rumiando la respuesta del susodicho, y que pensaba
qué podía esperar de un razonamiento tan obtuso, grosero, simple y primario como
aquel, y que todavía anda con el enfado encima, y que se acordó de que el
notario tenía una hija fea como el demonio, y que anda pensando si no le podría
responder con la misma moneda cuando los viera, y que casi seguro que no lo hará
por no caer en el mismo error que el que critica, y que es mejor que no le
toque ir pronto a la farmacia para que no le suceda lo mismo, y que mejor… Et
que, por decir este enxiemplo como ha sido cuntado, non debe ser vezino fuertmientre
castigado.
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