Las mañanitas de abril / son tan
dulces de dormir… Pero ver cómo crece la mañana, con el sol joven y pronto, con
la curva térmica no tan pronunciada como en otros abriles y con los restos de
nieve blanqueando los lomos de la sierra invita a dejar la dulce costumbre de
las sábanas y a alzarse a los vaivenes de la vida.
Hace escasos días que los estudiantes
se han reincorporado a las aulas, tras las vacaciones de semana santa. Las
calles, por las mañanas, están ahora menos ruidosas y el parque de la ciudad
estrecha tarda en llenarse de paseantes, aunque algunos madrugan y ya lo
bordean una y otra vez, mientras los cuidadores lo limpian de suciedad y de
restos del día anterior.
Es el filo del mediodía el que marca
la afluencia de personas y al alza de los murmullos y de las conversaciones, de
arreglos locales del mundo y de repaso de las diversas incidencias que han
aparecido en los medios de comunicación. Cada cual con su versión, cada uno con
su solución. El parque de Béjar acoge los murmullos de las conversaciones y los
eleva hacia el cielo, en busca de respuesta que no llega nunca, pero que tranquiliza
por un rato las conciencias de los que las producen.
Pero las mañanas en el parque tienen
un halo de tristeza, a pesar del mes de abril. Tiene que ver con la falta de
niños y con la evidencia de que le edad media de los paseantes muestra la certeza
de una crisis real en riqueza de todo tipo, sobre todo humana. Y es que la
principal riqueza de cualquier comunidad es precisamente la de sus componentes.
Me cuentan que en Béjar andamos ahora en el mismo número de niños y jóvenes que
en los años cincuenta. Este sí que es un cuadro que explica casi todo; esta sí
que es una pintura negra que no ha pintado Goya sino todos nosotros. Tendríamos
que obligar a nuestros representantes públicos y, ¡!ojo!!, a nosotros mismos a
analizar las causas y las consecuencias de este estado de cosas. Este tendría
que ser un pleno de Ayuntamiento obligatorio una vez al año por lo menos, y una
mesa redonda al mes en sitio público y con participación de todos. Seguramente
aparecerían como causas las dificultades para orientar una vida y para
planificar una familia en esta situación de interinidad en la que parece que
nos hemos instalado todos. Acaso las reformas laborales podrían ser puestas en
duda. Seguramente se plantearían las dificultades de pensar una educación y una
atención adecuadas para los niños (guarderías, horarios, comidas…). Se comentarían
con pasión las razones por las que nuestros jóvenes se desarraigan y se van en
busca de aventura vital a otros lugares. Y se pondrían sobre la mesa muchas
causas más (me atrevo a asegurar que muchas tendrían que ver con posiciones
sociales y políticas). ¿Por qué no se promueven estas reuniones y estos
intercambios de opinión? ¿A quién le interesan menos? Ahí hay asunto para el
rincón de pensar.
Las consecuencias se mezclarían
enseguida con las causas y se enlazarían en un razonamiento que necesita
sencillamente el sentido común. Pero la estampa en blanco y negro más inmediata
sería la de la falta de niños y de jóvenes que mantengan y aumenten la principal riqueza de la comunidad, la riqueza
humana, la de sus vecinos y ciudadanos.
Es verdad que las circunstancian
cambian sin pausa y que no somos lo mismo que hace unas décadas ni seremos lo
mismo dentro de algunas otras. Eso poco importa: lo esencial es no perder de
vista la escala de prioridades y el eje de los objetivos. Y en el ápice de todo
se halla precisamente el ser humano, con sus virtudes y con sus defectos, con
sus egoísmos y con sus bondades, con sus empeños personales y con las ayudas
colectivas.
No quiero ver solo negro, pero, a
este paso, unos se morirán y otros sencillamente no nacerán. Uffffffffffff.
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