jueves, 13 de abril de 2017

USTED NO ES DE AQUÍ


Uno de los episodios que más me humanizan los evangelios y que, por tanto, más me los acercan es aquel en el que se narra la llamada negación de Pedro. No se le escapa a ninguno de los evangelistas. Han celebrado la cena pascual, han estado en el monte de los Olivos, con sueños y angustias incluidos, han aparecido los encargados del prendimiento y se han llevado a Jesús. Y ahí mismo empieza el abandono.
Pero alguno lo intenta disfrazado mitad de curiosidad, mitad de empeño y un poquito tal vez de pasión. Se trata de Pedro. Poco le dura su convicción: a la primera de cambio, se declara ignorante de todo. Él no sabía nada. Tal vez pasaba por allí simplemente. Le habían reconocido por presencia física en el monte de los Olivos y por acento galileo. Seguro que cualquiera le habría espetado: “Usted no es de aquí”. Él no sabe nada: “No sé lo que dices”. “No conozco a ese hombre”. “!Yo no conozco a ese hombre!”. Hasta tres veces, en un espacio de tiempo muy corto, la negación contundente.
“Y al instante cantó el gallo”. El derrumbe debió de ser mayúsculo pues, como dicen todos los evangelios, menos el de Juan, “Saliendo fuera, lloró amargamente”.
A mí no me parece ningún llorón ni me atrevería a decirle que a esas cosas se va llorado de casa. No, todo lo contrario. Comprendo perfectamente que un ser humano se venga abajo cuando vienen mal dadas. ¿Pero qué somos más que debilidad y poca cosa? Demasiado aguantó el buen hombre tratando de escaquearse en aquel ambiente tan hostil para sus emociones. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Acaso liarse a mamporrazos y salir con la cara pintada?
No es lo más importante caer sino levantarse; no es más representativo un momento que una trayectoria; o, dicho en palabras sencillas, cualquiera tiene un mal día, el mejor escribano echa un borrón, un fallo lo tiene cualquiera…; o, en otro contexto y plano diferentes, aliquando dormitat Homerus.
No, ante mí no pierde el decoro Pedro con estas negaciones. Lo imagino haciendo pucheros él solo y sin nadie que lo consuele. A mí me conmueve esta debilidad. No sé muy bien por qué, me recuerda aquellos pucheros de Sancho cuando don Quijote se enfada con él y le amenaza con devolverlo a la aldea. Una buena pareja Pedro y Sancho haciendo pucheros y consolándose mutuamente.

Yo desde aquí les echo un pañuelo y les envío un grito de ánimo. Tal vez porque yo también lo necesito con mucha frecuencia. 

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