En algunos contextos se enseña lo que
se llaman los estilos artísticos, esos cánones que marcan la pauta y sirven de
referencia para los creadores y que, al cabo de no mucho tiempo, se rompen en
pedazos buscando nuevas formas siempre de acercarse a la realidad a través del
arte. Es también una manera de simplificar la realidad de lo que sucede para
tratar de entendernos, porque, en el fondo, la creación es una mezcla rara de
individualidad y de contexto. Sirve también para otras muchas cosas no tan
ideales pero que necesita el sistema para seguir andando y que no se nos venga
todo abajo: enseñanzas, trabajos, cánones, ventas…
No sé muy bien a cuántas personas les
interesa ese asunto de los estilos. Tal vez a menos de los que pensamos. En
todo caso, lo mejor es siempre ejemplificarlos sobre el terreno, con los
sentidos actuando y percibiendo la realidad de lo que se está definiendo.
En algunas artes (pintura, escultura,
música…) resulta tal vez más frecuente: entendemos el gótico mirando una
catedral, o el cubismo contemplando un cuadro de Picasso. En literatura
corremos el peligro de teorizar sin la práctica de la lectura de textos. Cuántas
veces sucede en las clases, cuántas teorías sin el sabor de la comida en el
plato.
Lo pensaba hoy mientras leía la
primera de las novelas que Valle Inclán dedica a las guerras carlistas, Los cruzados de la Causa. Son buenos
ejemplos del modernismo literario. Quien quiera saber cómo se representa el
paisaje en el modernismo que lea y saboree líneas como estas:
“En un vaho de niela aparecía y desaparecía
el Faro Ruano. La goleta pasó bajo él, ciñendo el viento, y, apenas doblada la
punta del playazo, rectificó el rumbo, y con todas las luces apagadas hizo proa
a la ensenada de Lantañón, paraje desierto al socaire de los Picos Lantaños. El
arenal, de guijas ásperas y amarillentas, invadía parte del robledo, un bosque
de maleza y carballos retorcidos, con los troncos descortezados, y los nudos
grandes, lisos y redondos como calaveras. Algunos árboles muy viejos,
arraigados entre peñascales, se inclinaban sobre el mar, y sufrían el salsero
de las olas que entraban en los socavones del monte. A corta distancia del mar,
comenzaban los molinos, que parecían esparcidos por esa mano ingenua que
dispone los nacimientos de Navidad: Casucas viejas con emparrados en las
puertas, prendidas sobre una quebrada del monte por donde baja el río, un río
saltante y espumante que tiene, en la paz dorada de los días, la música del
cristal, y remansos de ensueño bajo la sombra verde de los mimbrales. Pero
entonces el río, embarrado, amarillento, tenía la voz soturna del monte y de
los lobos”.
A partir del texto ya caben todas las
consideraciones, todas las posibilidades, todos los esquemas; sin él, nada
tiene sentido. Qué diferencia, por ejemplo, con la descripción de la naturaleza
en un texto realista. Pero, para verlo, hay que ir también a los ejemplos de
literatura realista.
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